
Por Facundo Castro
Japón es, sin lugar a dudas, una de las economías más avanzadas del mundo. Su capacidad productiva y su desarrollo tecnológico, lo posicionan como un líder indiscutible en el este asiático, así como un actor central en la economía global. Desde la industria automotriz hasta la electrónica de punta, las empresas japonesas están profundamente integradas en las cadenas de suministro internacionales, y su influencia se extiende mucho más allá de sus fronteras.
Sin embargo, este nivel de interdependencia también conlleva riesgos. Japón se ve directamente afectado por las tensiones comerciales entre dos gigantes: Estados Unidos y China. En los últimos años, la llamada “guerra comercial” entre Washington y Pekín ha dado lugar a una sucesión de subidas y bajadas en los aranceles, en un juego de presión y represalias que no deja indemne a ningún país conectado a estas potencias. Y Japón, como suele suceder con quienes no están en la pelea pero comparten la mesa, también termina pagando parte de la cuenta. En este artículo, encontrarás un análisis sobre cómo estas modificaciones arancelarias afectan a la economía japonesa.
Contexto y modificaciones arancelarias.
Durante el auge de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, Washington decidió sacar su artillería pesada: impuso aranceles de hasta el 145% sobre productos chinos. Más tarde el día 14 de mayo de 2025, ambos países acordaron una pausa de 90 días a sus modificaciones y redujeron los aranceles al 30% tras una tregua acordada en Ginebra. Una especie de respiro, no solo para sus economías, sino también, para todo aquel país que se pueda ver afectado por estas medidas.
En 2025, EE. UU. también decidió imponer un arancel del 24% a las importaciones japonesas, como parte de su cruzada arancelaria global. El golpe se sintió especialmente en sectores clave como el automotor y la tecnología: dos pilares de la economía japonesa que, de repente, vieron cómo sus productos se volvían menos competitivos en el mercado estadounidense.
La influencia dedecisiones EE.UU- CHINA
Aunque el día 9 de abril Estados Unidos haya decidido poner pausa por 90 días a los aranceles recíprocos de varios países, entre ellos Japón, la industria nipona siguió viéndose afectada debido a las cadenas de valor.
Muchas empresas japonesas exportan piezas y componentes a fábricas chinas, que luego ensamblan los productos finales y los envían a EE. UU. Resultado: cuando EE. UU. le pone freno a China, Japón también tropieza, porque la demanda de esos componentes nipones cae junto con los pedidos chinos. Se trata de un efecto dominó económico, en el cual incluso quienes no participan directamente en la disputa terminan viéndose afectados.
Podemos tomar de ejemplo a empresas como Denso Corporation, quienes se consideran como proveedores líderes de componentes automotrices (muy importante para la industria japonesa), como sistemas de climatización, motores eléctricos y sensores. Muchos de sus productos se ensamblan en plantas chinas que producen vehículos para exportar a EE.UU. Por lo tanto, las empresas afectadas por estas medidas deben adaptarse y buscar estrategias que minimicen el impacto negativo ante estos cambios en el escenario comercial global.
Futuro económico japonés: atrapado en la rivalidad de potencias
A la hora de proyectar el futuro de la economía japonesa, resulta esencial considerar el peso que tienen China y Estados Unidos en su comercio exterior. Según datos de TrendEconomy, en 2024 Japón exportó bienes por un valor de 145.000 millones de dólares a Estados Unidos, lo que representa aproximadamente el 20% de sus exportaciones totales. En paralelo, las exportaciones hacia China ascendieron a 126.000 millones de dólares, equivalentes al 17,6% del total. Por el lado de las importaciones, Japón depende en gran medida de China, desde donde provino el 22% de sus importaciones, mientras que Estados Unidos representó alrededor del 10%.
Estas cifras evidencian con claridad la profunda interdependencia comercial entre Japón y las dos mayores potencias económicas del mundo. Esta posición (entre dos gigantes que mantienen tensiones comerciales constantes) convierte a Japón en un actor que, aunque no participe directamente en la confrontación, siente sus efectos de forma significativa.
A esto se suma otro dato clave: Japón es el mayor inversor extranjero en Estados Unidos. Con una inversión acumulada de más de 780.000 millones de dólares, y una fuerte presencia en sectores estratégicos como la industria automotriz, electrónica y farmacéutica, el vínculo económico entre ambos países va mucho más allá del intercambio de bienes. Estas inversiones generan empleo, desarrollo tecnológico y estabilidad para ambos mercados.
Por ello, es razonable suponer que a Estados Unidos no le resulta conveniente deteriorar su relación económica con Japón. Políticas como la imposición de aranceles podrían desalentar futuras inversiones niponas y afectar negativamente a industrias estadounidenses que dependen de la colaboración con empresas japonesas. Mantener una relación estable y mutuamente beneficiosa con Tokio no es solo deseable: es estratégicamente necesario para Washington.
Conclusión
El verdadero desafío para EE.UU. radica en encontrar un equilibrio entre su política arancelaria contra China y la protección de sus vínculos con Japón, uno de sus socios comerciales más importantes. Porque, en un mundo tan interconectado, cada movimiento tiene un eco que resuena más allá de los protagonistas directos. El escenario sigue siendo bastante impredecible, sobre todo aquellas economías periféricas o que se ven directamente afectadas por la guerra comercial entre estas grandes potencias.