Por Garcia Torres Valentina
Nepal atraviesa una crisis interna marcada por tensiones políticas, vulnerabilidad económica y desastres naturales recurrentes. Lejos de ser un caso aislado, la inestabilidad de este pequeño Estado himalayo refleja cómo los países periféricos quedan atrapados en la disputa entre grandes potencias —China e India— y en un orden internacional en mutación. El artículo analiza la situación desde la teoría de los Estados frágiles y la geopolítica regional.
Entre terremotos políticos y geográficos
Nepal rara vez aparece en el radar de la política internacional, pero cada crisis en Katmandú revela tensiones que van mucho más allá de sus montañas. Lo que parece un episodio rutinario en la vida de una joven república —cambios de gobierno, disputas entre partidos, protestas callejeras— refleja, en realidad, una fragilidad estructural con implicancias regionales y globales.
La pregunta es inevitable: ¿por qué importa lo que sucede en Nepal, un Estado de apenas 30 millones de habitantes situado entre India y China? La respuesta surge al observar cómo la debilidad institucional, la dependencia económica y la vulnerabilidad ante desastres naturales lo convierten en un Estado frágil. En teoría de relaciones internacionales, los Estados frágiles son aquellos que, aunque mantienen formalmente su soberanía, carecen de la capacidad plena para garantizar estabilidad política, seguridad territorial y bienestar económico. Nepal encaja con precisión en esta definición.
Fragilidad estructural
Desde la abolición de la monarquía en 2008, Nepal ha atravesado gobiernos de corta duración, coaliciones inestables y tensiones entre facciones políticas que se disputan el poder sin construir consensos duraderos. La Constitución de 2015 buscó cerrar heridas tras la guerra civil, pero dejó abiertas disputas sobre la representación de minorías étnicas y el modelo federal.
En lo económico, Nepal depende en gran medida de las remesas enviadas por millones de trabajadores en el exterior, principalmente en los países del Golfo y en India. Esta dependencia limita la autonomía del Estado y expone a la sociedad a crisis externas. La pobreza estructural, la falta de infraestructura y la informalidad laboral agravan el cuadro.
A ello se suma la geografía: un país atravesado por terremotos, inundaciones y deslizamientos de tierra. El devastador terremoto de 2015, que dejó casi 9.000 muertos, mostró con crudeza la incapacidad institucional de dar respuesta a catástrofes de gran escala.
Un tablero entre gigantes
Más allá de sus problemas internos, Nepal es estratégico por su ubicación. Funciona como una tierra de amortiguación entre India y China, dos potencias en competencia abierta por influencia en Asia.
India, que comparte con Nepal una frontera porosa y profundos vínculos culturales, religiosos y económicos, considera a su vecino como parte de su esfera de seguridad inmediata. Katmandú depende en gran medida del comercio y los suministros que llegan desde territorio indio.
China, por su parte, ha incrementado en la última década su presencia en Nepal a través de inversiones en infraestructura vinculadas a la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Carreteras, proyectos hidroeléctricos y acuerdos comerciales buscan reducir la dependencia nepalí de India y acercar el Himalaya a la órbita de Beijing.
Este doble juego convierte cada crisis política en Nepal en un punto de tensión regional: cuando Katmandú se inclina hacia un lado, el otro responde con presión diplomática o económica.
Occidente y la ayuda internacional
La fragilidad nepalí no pasa desapercibida para Occidente. Organizaciones internacionales, agencias de cooperación y ONGs han hecho de Nepal un espacio prioritario para asistencia humanitaria y proyectos de desarrollo. Sin embargo, la abundancia de actores externos también fragmenta las políticas públicas, y no siempre se traduce en fortalecimiento institucional.
Nepal recibe, pero no define. Participa, pero rara vez conduce. Esa condición receptora, sin capacidad plena de decisión, es justamente lo que lo convierte en un espejo de otros Estados frágiles en el sistema global.
Nepal como espejo global
El caso de Nepal debe entenderse como parte de una dinámica más amplia. En un mundo marcado por la transición de poder —con una China en ascenso, una India más asertiva y un Occidente que busca sostener su influencia—, los Estados frágiles se convierten en laboratorios donde se ensayan estrategias de competencia y cooperación.
La teoría del realismo en relaciones internacionales sostiene que los países pequeños, especialmente los que se ubican en zonas de disputa, tienden a ser instrumentalizados por las grandes potencias. Nepal, atrapado entre Nueva Delhi y Beijing, es un ejemplo palpable.
Pero este no es un destino exclusivo del Himalaya. Afganistán en Asia Central, Sudán en África o Haití en el Caribe muestran cómo la fragilidad interna se entrelaza con disputas geopolíticas globales. Nepal, entonces, no es una excepción, sino parte de una tendencia más amplia.
Conclusión
Lo que ocurre en Katmandú no es un simple episodio local. Cada crisis política, cada terremoto y cada negociación con India o China nos recuerda que la fragilidad de un Estado periférico puede ser el reflejo de tensiones más grandes. Nepal, con su geografía imponente y su debilidad estructural, es un recordatorio de que los equilibrios globales se juegan también en territorios que el mapa suele relegar al margen.
En la era de la interdependencia y la competencia entre potencias, los pequeños Estados frágiles ya no son piezas secundarias, sino engranajes esenciales para comprender hacia dónde se dirige el orden internacional. Nepal demuestra que la fragilidad en la periferia es, en realidad, un recordatorio de la vulnerabilidad del orden mundial en su conjunto.






