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Xinjiang, punto caliente de la agenda política china.

El río Talas corre en las estepas interminables de Kazajistán y Kirguistán. A través de ese páramo el Talas riega Asia Central. En ese río, en el año 751 se enfrentaron las dos civilizaciones más populosas del continente asiático. De un lado de las aguas, los ejércitos árabes del Califato Abasí. Del otro, los ejércitos chinos de la dinastía Tang.

 

El resultado, según fuentes chinas, fue una masacre. Apenas uno de cada diez soldados chinos sobrevivió . A sangre y fuego quedó sepultada al lado del Talas la ambición oriental por Asia Central. Tanto chinos como árabes peleaban por avanzar en las estepas más alejadas del mar de todo el planeta. La victoria de la batalla de Talas permitió a los árabes llevar la palabra de Mahoma a regiones que nunca hubieran imaginado. Así fue que hace​ ​trece​ ​siglos​ ​el​ ​Islam​ ​tiene​ ​una​ ​fuerte​ ​presencia​ ​en​ ​las​ ​pampas​ ​asiáticas.

La victoria de Talas no sólo facilitó el dominio islámico en la región, sino que permitió que el Corán se expanda por la región del Taklamakán, el segundo desierto de dunas más grande del mundo. Taklamakán, como las estepas que lo rodean, parece infinito. Su nombre es un préstamo al uigur de un vocablo túrquico que significa “lugar de ruinas”. Lejos de estar en​ ​ruinas,​ ​la​ ​región​ ​históricamente​ ​estuvo​ ​poblada​ ​por​ ​los​ ​uigures.

El pueblo uigur es una de las 56 etnias que cohabitan en China. La mayor concentración de uigures se da en lo que hoy es la Región Autónoma Uigur de Xinjiang, pero también hay uigures en Uzbekistán, Kazajistán y Kirguistán. En Xinjiang, los uigures hablan una lengua túrquica que se escribe con una versión ligeramente modificada del alfabeto​ ​árabe​ ​y​ ​la​ ​mayoría​ ​de​ ​los​ ​uigures​ ​son​ ​de​ ​confesión​ ​sunita.

Nuevo dominio.

Xinjiang no es una región más de China. No sólo que representa un sexto de su territorio, sino que además tiene una gran importancia geoestratégica y económica. En el subsuelo del Taklamakán se encuentra un tercio del total de las reservas petroleras chinas, dos tercios de su producción carbonífera y notorios reservorios de gas natural. También hay extracción de oro y uranio, entre otros minerales. La rica región de Xinjiang además es la puerta de entrada del petróleo y del gas provenientes de Irán y Kazajstán al inconmensurable​ ​mercado​ ​chino.

Sin embargo no solo uigures viven en Xinjiang. Desde el triunfo de la Revolución Cultural la zona se ha poblado paulatinamente de habitantes de la etnia han, la mayoritaria en China. Cuando la República Popular extendió su control sobre Xinjiang en 1949, los uigures y demás pueblos originarios explicaban más del 94% de la población y los chinos Han menos del 6%. La población china representa según el censo del año 2000 el 40% del total, y a medida que disminuyen las tierras cultivables disponibles, las tensiones interétnicas​ ​aumentan.

Esta suerte de Campaña del Desierto oriental no ha sido pacífica, ni la convivencia entre uigures y hans lo es. De hecho, la traducción de Xinjiang es “​nuevo dominio”, lo cual demuestra desde el topónimo cuál es la política china sobre el territorio uigur. Este término “sinocéntrico” reemplazó la denominación tradicional de Turquestán Oriental, o simplemente Turquestán.

Xinjiang es el conflicto interno más tenso de China, ya que es una fuente de inestabilidad para un país que desea convertirse en la máxima potencia mundial pacíficamente. La cuestión uigur lleva más de un siglo en la agenda política china sin poder resolverse. Si bien desde el siglo XIX hubo choques entre Xinjiang y Beijing, la región contó con un gran margen de autonomía hasta 1949, cuando la República Popular quiso blindar a sus fronteras de la influencia soviética. Luego, se obstaculizó la construcción de mezquitas en la zona y se reprimió -y se reprime- cualquier tipo de actividad uigur al margen del Estado. La política de asimilación cultural continuó al fomentar la “colonización” han en la región. Paradójicamente, estos esfuerzos chinos por minimizar la cuestión uigur terminaron acentuando el nacionalismo y la aparición de grupos islámicos extremistas en el transcurso del​ ​siglo​ ​XX.

El Lejano Oeste.

En abril de 1990, llegaron los primeros reportes a Occidente que algo sucedía en la remota provincia de Xinjiang, a más de 4000 km de Beijing. La minoría musulmana cerca de la frontera con Afganistán se rebeló contra el gobierno central, con un resultado de sesenta muertos. Aparentemente todo comenzó cuando oficiales chinos frenaron la construcción de una mezquita en la pequeña ciudad de Akto, cerca del oasis de Kashgar. Para China la revuelta fue lo suficientemente importante para activar el mecanismo de represión inaugurado en Tiananmen el año anterior . Las fuerzas chinas aplastaron la manifestación y sellaron​ ​la​ ​provincia​ ​de​ ​todo​ ​contacto​ ​exterior.

La independencia de repúblicas musulmanas en la frontera occidental de China al implosionar la URSS, creó el caldo de cultivo para que los uigures soñaran con un Uigurstán. Además, la invasión soviética a Afganistán supuso que la frontera afgana con Xinjiang se transformara en una zona de apoyo a los muyahidines. La ​chinoización siguió vigente provocando problemas severos. Una oleada de detenciones en abril y mayo de 1996 y, el 5 de febrero de 1997, hubo un levantamiento en Yining, ciudad de 300.000 habitantes situada en la frontera de Kazajistán. Durante los motines, los manifestantes exigían la creación de un Estado islámico independiente. Según el Frente Unido Revolucionario de Turkestán Oriental (FUNR), sólo en aquel año de 1997 fueron detenidos 57.000 uigures. Según Human Rights Watch, Xinjiang es la única región china donde se sigue​ ​condenando​ ​a​ ​muerte​ ​a​ ​los​ ​presos​ ​políticos.

En 2009 hubo nuevos enfrentamientos étnicos en Xinjiang. Entre el 5 y el 8 de junio de ese año, manifestantes uigures armados con cuchillos incendiaron colectivos, autos particulares, patrulleros de la policía, taxis, saquearon comercios y lincharon hans. Éstos últimos en represalia respondieron el ataque con la misma virulencia, provocando al final de los​ ​tumultos​ ​un​ ​total​ ​de​ ​194​ ​muertos​ ​y​ ​1684​ ​heridos.

Daguo Xintai.

Beijing no puede dejar que el Oeste se le vaya de las manos. Caído el muro de Berlín y finalizada la Guerra Fría, China reorientó su geopolítica basándose en el Daguo Xintai (mentalidad de potencia), es decir: tener una política exterior que no asuste a los demás. En otras palabras, fomentar la inversión extranjera para levantar la economía de las zonas problemáticas. De este modo, la República Popular intenta sacar de la pobreza a Xinjiang con grandes obras de infraestructura que no sólo permitan mejorar la economía regional, sino además actuar como mecanismo de presión hacia los países limítrofes donde hay migración uigur. Por ejemplo, China ha estrechado vínculos con Kirguistán, dejando de lado rencillas fronterizas. Así fue que en Kirguistán se desactivaron tres organizaciones uigures​ ​que​ ​tenían​ ​gran​ ​libertad​ ​de​ ​acción​ ​en​ ​el​ ​país.

En este sentido, a pesar de ser un “conflicto interno”, hay factores tales como la proximidad étnica con sus vecinos túrquicos, las vinculaciones uigures con redes islamistas y la inmigración transfronteriza que hacen que el conflicto desborde los perímetros estatales chinos. Por ello, aunque Beijing considera la cuestión uigur un asunto estrictamente interno, la incluye en su agenda de política exterior, fundamentalmente en sus relaciones con países fronterizos​ ​que​ ​acogen​ ​importantes​ ​comunidades​ ​uigures.

Después de los atentados del 11 de septiembre, China ha vinculado la cuestión uigur a la lucha contra el terrorismo islámico. De este modo, Estados Unidos ha declarado el nacionalismo uigur como terrorista, justificando así una colaboración conjunta entre Washington y Beijing para llevar a cabo el proyecto del Partido Comunista Chino (PCCh) de supresión de sus propias minorías. La retórica de los medios de comunicación chinos giró de “nacionalismo uigur” a “terrorismo islámico”. Este cambio de paradigma ha radicalizado a los sectores uigures moderados, que antes aceptaban las restricciones políticas chinas como​ ​precio​ ​a​ ​pagar​ ​por​ ​el​ ​crecimiento​ ​económico . 

El gobierno de la República Popular todavía tiene la oportunidad de recuperar los sectores moderados a través de una política cultural que haga énfasis en el apoyo a las minorías étnicas con relevancia política, a la vez de aligerar otras restricciones culturales, como en el caso de la religión. Sin un cambio de política, Beijing corre el riesgo que Xinjiang estalle​ ​en​ ​sus​ ​manos.

Si Estados Unidos quiere continuar con el apoyo internacional en la lucha antiterrorista, debe cultivar una cooperación con China, y también los uigures. Si la región de Xinjiang se involucra en una iniciativa contra el terrorismo islámico, Washington y Beijing deben mirar a los uigures más como aliados que como enemigos. A la diplomacia estadounidense no le escapa que las políticas anti-uigures ya han generado sentimientos negativos hacia EEUU en Xinjiang. El endurecimiento de posturas anti-uigures o anti-musulmanas pueden dejar que sectores uigures moderados, o incluso a-políticos, sean influenciados por grupos islámicos fundamentalistas, agravando la situación en las tierras áridas​ ​del​ ​Lejano​ ​Oeste​ ​chino.

Bibliografia:

Bai, Shouyi et al. A History of Chinese Muslim (Vol.2). Zhonghua Book Company, 2003.

Rudelson, Justin Jon, and Justin Ben-Adam Rudelson. Oasis identities: Uyghur nationalism along China’s silk road. Columbia University Press, 1997.

Human Rights Watch. “China: Human Rights Concerns”. Xinjiang Human Rights Watch Backgrounder, octubre de 2001.

Arienne M. Dwyer. The Xinjiang Conflict: Uyghur Identity, Language Policy, and Political Discourse. East-West Center Washington 2005.

Autor

Lautaro Lescano: Estudiante avanzado de Comunicación Social. Co-conductor de periodístico Tarde Para Chequear. Columnista de Política Internacional. Productor de contenido periodístico.

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