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El crimen organizado en Centroamérica

En Centroamérica, principalmente en El Salvador, Guatemala y Honduras, existen varios grupos armados conocidos las “maras”. Con su origen en Estados Unidos en los años 80, estas mafias han evolucionado a tal punto que pasaron de ser bandas juveniles con leves conflictos barriales para convertirse en extensas organizaciones criminales de carácter internacional. En la actualidad, se caracterizan por el tráfico de drogas, armas y personas, mientras buscan la eliminación absoluta de sus rivales, lo que da como resultado una de las regiones más violentas del mundo, con tasas de homicidios intencionales extremadamente altas.

En Estados Unidos hay aproximadamente 40 000 miembros de las maras, mientras que en Centroamérica e Italia unos 100 000.

 

¿Cómo es posible entonces que, en el lapso de 30 años, los jóvenes que huyeron de los conflictos armados en América Central hayan logrado formar organizaciones criminales de tal magnitud?

 

La difícil llegada

Durante la segunda mitad de los 70 y la década del 80, Centroamérica se convirtió en uno de los escenarios más importantes y violentos de la Guerra Fría. La parte continental se vio inmersa en varios conflictos armados que provocaron destrozos que, aún hoy, se sienten en toda la región. Nicaragua y El Salvador fueron los países con mayor protagonismo en ese momento. En ambos explotaron guerras civiles que duraron más de 10 años (1979-1990 en Nicaragua y 1980-1992 en El Salvador). Mientras el Frente Sandinista de La Liberación y los Contras se enfrentaban en Nicaragua, en El Salvador, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional combatía contra la Fuerza Armada de El Salvador. Ante estas situaciones, muchas familias optaron, cuando podían, huir a Estados Unidos en búsqueda del “sueño americano” y una mejor vida. Sin embargo, cuando llegaron tuvieron que ganarse un lugar entre las diferentes bandas y barrios que ya existían.

El epicentro de los orígenes de las “maras” se encuentra en Los Ángeles, California, durante la década del 80 y 90. En este lugar ya existían otras bandas que acosaban a los jóvenes recién llegados: los chinos, los afroamericanos y los mexicanos. Por la proximidad cultural y para evitar el maltrato, los inmigrantes centroamericanos se unieron a la banda de los mexicanos o Barrio 18. Con el tiempo, el número de inmigrantes salvadoreños creció al punto que se formó una segunda banda: la Mara Salvatrucha Stoner.

Estos eran miembros de la Mara Salvatrucha Stoner, cuando aún no habían evolucionado a lo que son hoy

Al haber cada vez más salvadoreños en ambas bandas (aunque también había hondureños, guatemaltecos y nicaragüenses), se generó cierta hermandad entre ambas. “Al principio satisfacían las necesidades de protección y seguridad de la comunidad, pero las actividades de dichas pandillas se convirtieron rápidamente en acciones criminales, como el sicariato, la extorsión, la distribución local de drogas (microtráfico) y la prostitución” (Steven Dudley, 2012).

La profesionalización
Todo cambió a mediados de los 80, cuando se llevaron a cabo los Juegos Olímpicos en Estados Unidos (Los Ángeles 1984). Para demostrar su poder ante los otros países en plena Guerra Fría, el gobierno estadounidense limpió las calles de todas las cabecillas barriales con el fin de hacerlas más seguras. No obstante, en prisión las cosas eran muy diferentes a las calles; las reglas eran otras y para sobrevivir a los asiáticos, a los supremacistas blancos y a los afroamericanos, los nuevos prisioneros centroamericanos tuvieron que someterse al cuarto grupo: la mafia mexicana. Es al interior de las cárceles donde adquieren el carácter de pandilla y asumen la estética (cabeza rapada, tatuajes, zapatillas Nike blancas y las señas) para integrarse. Se incorporan al sistema de pandillas sureñas, lo que modifica su accionar y su nombre: de Mara Salvatrucha Stoner pasan a llamarse Mara Salvatrucha 13 o MS13.

Durante el final de los 80 y principio de los 90, muchos exguerrilleros y militares fueron aceptados en las pandillas sureñas, principalmente en la MS13 y el Barrio 18 (en Centroamérica más adelante se la conocería también como MS18), lo que dio inicio al carácter brutal y sanguinario de estas organizaciones. La tradición oral de ambas pandillas dicta que un miembro del Barrio 18 asesinó a uno de la Mara 13, dando comienzo al odio entre ambos grupos (archivo de video: “Pandillas en Centroamérica: el origen del odio”, 2017) y al aumento de actos violentos entre ambas pandillas.

Ante la creciente violencia, Estados Unidos inicia una deportación masiva hacia los países centroamericanos. Según datos de la USAID (Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional) del 2006, aproximadamente 46 000 miembros de las bandas fueron deportados entre 1998-2005. Se trató de la migración de cientos de criminales que llegaron a países pobres, principalmente El Salvador, Honduras y Guatemala, devastados por la guerra civil, con familias rotas e instituciones de seguridad públicas por crearse. Un espacio ideal para la solidificación de su posición en el territorio centroamericano al igual que un aumento exponencial de la violencia.

 

De vuelta a las cárceles: el caso salvadoreño, entre la mano dura y la mano amiga

A finales de los 90, las calles centroamericanas se convirtieron en campos de guerra. Para hacer frente a esta situación los distintos gobiernos implementaron diferentes políticas. En el caso de El Salvador, del 2000 al 2008, bajo los gobiernos de derecha del partido ARENA (Alianza República Nacionalista), se buscó reducir la violencia por medio de políticas de tolerancia cero. Planes como “Mano Dura” (2003) y “Súper Mano Dura” (2006) se llevaron a cabo para buscar la desarticulación de las pandillas. Para evitar que la violencia de las calles se trasladara a las cárceles, el gobierno separó en distintos penitenciarios a los miembros de cada pandilla; es decir, no podía haber miembros de la MS13 y la MS18 en una misma cárcel. El gran problema de esto fue que esto les permitió a las pandillas generar una mayor organización a nivel nacional y, más adelante, a nivel internacional. Por lo tanto, los planes de desarticulación fracasaron y los homicidios aumentaron.

 Pandilleros capturados en el 2016, vemos que son grupos mixtos, y poseen armas de alto calibre

En 2009, en plena crisis económica, el gobierno del FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional) siguió, al principio, con planes parecidos a los de sus predecesores, con el aumento de la presencia de las fuerzas de seguridad y el ejército. No obstante, entre el 2010 y el 2013, el gobierno decidió abrir el dialogo para fomentar una tregua entre las dos grandes pandillas, la MS13 y M18. La tregua permitió una reducción de un 60% de homicidios diarios, de 13 a 5. Sin embargo, bajo las sospechas de que algunos funcionarios usaban la tregua como excusa para hacer negocios ilícitos con las pandillas, esta se volvió rápidamente impopular y fue eliminada en 2013, volviendo a incrementarse los homicidios. “La Tregua con las pandillas de 2012 no fue un delito, pero permitió que se cometieran muchos delitos” (Nelson Rauda Zablah, 2016).

Conclusión

El problema de las pandillas ha crecido a tal punto que se han alcanzado grados de violencia superiores a aquellos de los conflictos armados en los 80. Esto ha producido una nueva ola migratoria hacia Estados Unidos, lo que alimenta aún más el conflicto entre las pandillas, que ven en los recién llegados mucho potencial y, sobre todo, poder. En estos últimos años, los gobiernos de El Salvador, Guatemala y Honduras junto con el apoyo de Estados Unidos, bajo la presidencia de Barack Obama, buscaron soluciones a este problema cada vez más creciente. No obstante, el gobierno de Trump ha amenazado con nuevas deportaciones y la cooperación ha sido puesta en cuestionamiento, nutriendo aún más el ciclo de violencia y migración que viene generándose desde hace casi 40 años.

 

Bibliografía

 

Autor

Pierre Charles Carsana, licenciado en Ciencia Política, se ejerce profesionalmente en la Fundación para el desarrollo de políticas sustentables en Córdoba, Argentina. Columnista en la Radio Revés de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Nacional de Córdoba.

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