China, Estados Unidos y la trampa de Tucídides

Por Antonio Miguel

Fue el ascenso de Atenas y el miedo que esto infundió en Esparta lo que hizo inevitable la guerra” dice Tucídides —historiador de la guerra del Peloponeso—, dando con un precepto teórico fundamental: el ascenso de una nueva potencia con capacidades de disputar a la ya establecida probablemente conduzca a la guerra. Al extrapolar el postulado del historiador ateniense a los tiempos en los que vivimos podría surgirnos una pregunta: ¿puede el ascenso de China y el temor de Estados Unidos conducir inevitablemente a una guerra? Sobre esto versa la teoría de la trampa de Tucídides, que intentaremos desglosar en el marco de la disputa sino-americana.

Algunas consideraciones generales.

En 2015, el politólogo estadounidense Graham Allison, aplicó el postulado de Tucídides a dieciséis casos históricos en un artículo en “The Atlantic y desde entonces la mencionada teoría se volvió popular entre los académicos, estudiosos, aficionados o simplemente interesados en las relaciones internacionales que buscaban entender el mundo actual y su posible devenir. La conclusión más importante del artículo fue que estadísticamente el postulado era cierto, de los dieciséis casos analizados por el profesor de Harvard, doce terminaron en guerra. Aun así, el número de excepciones es lo suficientemente considerable como para que aún hablemos de una teoría y no de una ley.

Tucídides

Es importante que para el análisis de la coyuntura internacional actual tengamos en cuenta las dos caras de esta teoría: los doce casos que terminaron en guerra nos pueden advertir de las decisiones que llevarían a un devenir catastrófico, y los otros cuatro nos pueden enseñar el tipo de prácticas necesarias para evitar ese derrotero. En cualquiera de las opciones, todo se reduce a un precepto que conocemos desde hace siglos pero que tendemos a olvidar: la principal utilidad de la historia es aprender a caminar el presente.

Coyuntura actual: la disputa sino-americana.

Desde las reformas económicas, sociales y culturales llevadas adelante por Deng Xiaoping a finales de los 70’ y comienzo de los 80’, el gigante asiático comenzó un ascenso que con altibajos nunca se detendría. Desde entonces, Estados Unidos (la Esparta de nuestros tiempos), observa este ascenso con una mezcla extraña de prudencia y recelo. No es desatinada la mirada norteamericana, pues desde la URSS, ningún otro Estado había logrado tanta capacidad para desafiar su hegemonía. El principal logro chino fue un extravagante ascenso económico, a la par de mejoras educativas, inversiones en investigación y desarrollo, infraestructura y poder blando, que le permitieron una idílica ampliación de su comercio exterior.

Tucídides

Si bien teniendo en cuenta lo anterior uno podría decir que la disputa se reduce al comercio, a la famosa “guerra comercial”, esta perspectiva sería parcial. Pues el comercio es utilizado desde hace siglos como instrumento de poder, instrumento político. El país asiático entendió esto y lo empezó a utilizar fuertemente desde hace algunos años, especialmente desde la llegada de Xi Jinping al poder. Desde 2012-2013 China revalorizó su política exterior, tomó un papel más activo en las organizaciones internacionales y enarboló un cuidadoso y ambicioso discurso para disputar mayor poder internacional, el poder que subyace detrás de todo orden.

Es a estos cambios a los que Estados Unidos le teme, y de hecho es una de las explicaciones más recurrida por los analistas a la hora de abordar las dos victorias desde 2015 de Donald Trump. Es racional pensar que la sociedad estadounidense temerosa por el avance chino vote al candidato proteccionista, es racional votar “America first” ante el miedo de perder el “first”.

Conclusión. Un singapurense y una habilidad criolla.

Según la lectura que Graham Allison hace de Tucídides ¿se aproxima una guerra? Afirmar esto sería una imprudencia cercana a la estupidez. No estaríamos teniendo en cuenta lo que mencionamos en las consideraciones generales: la teoría comprende excepciones. Y al menos por unos años, el caso de China y Estados Unidos pareciera corresponderse con la excepción.

Desde una perspectiva realista, si bien debemos tener en cuenta la amplia ventaja estadounidense en el ámbito militar frente al resto de las potencias, tenemos que considerar también una capacidad in crescendo del poder militar chino. Dentro de este desarrollo, los chinos se han hecho de tecnología armamentística nuclear lo que supone —al menos desde Hiroshima y Nagasaki— un equilibrio de poder difícil de romper. La destrucción mutua asegurada (MAD por sus siglas en inglés) generada entre países con capacidad nuclear, ha sido uno de los principales disuasorios que la política mundial ha utilizado para evitar enfrentamientos directos y nada marca que este caso podría ser la excepción.

Tucídides

El punto anterior, junto a la disposición negativa de los líderes a una guerra que nadie puede estar seguro de ganar, son dos de los argumentos que el autor de la teoría de la trampa de Tucídides expone a favor de la paz. Sin embargo, estos dos argumentos no le quitan toda la fuerza a la hipótesis de conflicto. Para descartar esta hipótesis sería necesario también un accionar particular frente al conflicto de cada uno de los Estados involucrados (tanto en política externa como interna). Graham Allison dice que Estados Unidos debería recordar cómo administró la Guerra Fría y extraer aprendizajes, este es el caso más cercano en que una potencia en ascenso no se enfrentó en una guerra directa y catastrófica a la potencia establecida.

De esos aprendizajes hay uno aglutinante que el ex ministro de exteriores singapurense George Yeo aconseja: conocer verdaderamente a China y su idiosincrasia, “ir más allá del Tíbet, Sinkiang o Taiwán”.

Hace uno o dos siglos en Argentina, cuando dos cuchilleros simulaban un duelo se decía que “visteaban”, pues para anticipar el movimiento del otro no había que mirar la mano con el cuchillo, había que mirar sus ojos (su vista). En algún punto, lo que dice Yeo, es que no hay que dejarse llevar por el cuchillo y más bien saber mirar a los ojos. Un visteo correcto es necesario para evitar la catástrofe, para no caer en la trampa.

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