
Por San Jorge María Florencia
El conflicto que se desencadenó cuando Israel lanzó el ataque contra Irán con el objetivo de destruir el programa nuclear de Teherán y desarticular la cúpula militar, tiene múltiples dimensiones políticas, militares e ideológicas, sin mencionar que ha ocupado un lugar central en la agenda internacional en los últimos días. En un escenario donde los equilibrios tradicionales del poder están siendo desafiados, este enfrentamiento ofrece múltiples claves de lectura, entre ellas la noción de vacío de poder y su impacto en la estabilidad regional y global.
Cuando hablamos de “vacío de poder”, nos referimos en primera instancia a un concepto político, es decir, un escenario donde no existe una autoridad o actor dominante capaz de ejercer control o influencia efectiva sobre un determinado territorio, sistema o región. Este vacío puede ser producto de una retirada (como la de Estados Unidos en Medio Oriente), del debilitamiento de actores tradicionales, o del surgimiento de nuevas potencias que disputan la hegemonía sin lograr consolidarla. En este contexto, el conflicto entre Israel e Irán puede ser interpretado no solo como una confrontación bilateral, sino como una lucha entre las potencias emergentes por ocupar y redefinir los espacios de poder disponibles en un orden regional en transición.
Una rivalidad de Israel e Irán que trasciende fronteras
Israel e Irán no comparten fronteras ni han mantenido históricamente una relación directa de confrontación territorial. Sin embargo, sus diferencias geopolíticas, religiosas e ideológicas han escalado hasta convertirse en una rivalidad estructural, con múltiples frentes: Siria, Líbano, Irak, Yemen, Gaza e incluso el Mar Rojo. Irán se posiciona como una potencia chiita con aspiraciones regionales, financiando a actores no estatales como Jizballah o los Hutíes, mientras que Israel busca limitar la influencia iraní, defendiendo su seguridad nacional a través de alianzas estratégicas y cooperación con potencias occidentales.
En este tablero de ajedrez, el vacío de poder dejado por Estados Unidos, que desde la retirada de Irak y Afganistán ha reducido su involucramiento directo en la región, ha sido un factor determinante. Con menos presencia de Washington como árbitro, actores como Irán, Turquía, Rusia e incluso China han buscado incrementar su influencia, mientras Israel ha tenido que redefinir sus estrategias de defensa y diplomacia.
Una de las cuestiones claves de la guerra en Medio Oriente, fue la posibilidad latente de que Irán desarrolle una bomba nuclear, situación que amenazaría la existencia del Estado de Israel. En este escenario, como muchas de las instalaciones nucleares de Irán estaban bien protegidas del poder israelí, era esperable que Estados Unidos intervenga para destruirlas, pese a la postura anti intervencionista del Presidente Republicano, como menciona Nouriel Roubini en su artículo (El régimen iraní va camino del derrumbe, 2025).
La respuesta Iraní al ataque estadounidense está por verse, es cierto que la iniciativa aún está en sus manos. Esto es: dar un cierre al conflicto o iniciar una nueva escalada con su respuesta.
Lecciones para el sistema internacional
El conflicto Israel-Irán nos deja varias reflexiones aplicables a la comprensión del orden global actual:
- Los vacíos de poder no permanecen vacíos por mucho tiempo. Si un actor se retira o se debilita, otros ocuparán ese espacio. Esto puede ser mediante el uso de la fuerza, la diplomacia, la economía o el soft power.
- Los actores no estatales juegan un rol cada vez más relevante. Milicias, ONGs, grupos insurgentes y organizaciones paramilitares son herramientas clave para disputar influencia sin asumir los costos políticos de una guerra convencional y para plantear otros discursos.
- El multilateralismo está en crisis, pero no ha muerto. Aunque los organismos internacionales han mostrado grandes limitaciones para resolver conflictos y para mediar entre las partes, la coordinación para evitar una escalada nuclear o un conflicto regional mayor aún es posible, pero requiere de un liderazgo diferente y de voluntad política.
- La narrativa importa y la elección en el uso de las palabras no es inocente ni ingenua. Israel justificó el ataque a Irán como “preventivo” pero a la luz del Derecho Internacional Público uno de los requisitos para la legítima defensa de un Estado es que exista un ataque inminente que no puede ser repelido de ninguna otra manera. En este sentido, el mismo Estado de Israel posee un número indeterminado de armas nucleares, pero nunca firmó el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares de la ONU y no permite inspecciones internacionales.
- La paz duradera no puede sostenerse únicamente sobre alianzas militares o el miedo a la destrucción mutua. Si bien el temor a una escalada mayor o a la eliminación mutua puede generar contención temporal, esa no es una base sólida ni ética para una paz genuina. Una estabilidad real y duradera exige abordar las causas estructurales del conflicto, como la desigualdad, la ocupación, la desconfianza histórica y la exclusión política desde una lógica de diálogo, reconocimiento mutuo y justicia. Pensar la paz solo como lo que evita la guerra es limitarla a una condición de suspensión del conflicto, en lugar de construirla como una alternativa transformadora y superadora.
¿El fin del multilateralismo?
El conflicto entre Israel e Irán no es un episodio aislado, sino un síntoma de un orden internacional en transformación. En ese contexto, el vacío de poder se convierte en una categoría clave para entender las nuevas dinámicas regionales. Donde no hay liderazgo claro, surge la competencia. Donde hay fractura, se abren oportunidades para actores disruptivos. Y donde se pierde el equilibrio, la inestabilidad se vuelve norma.
Quizás, uno de los principales aprendizajes que deja este conflicto es la necesidad de reconstruir instituciones multilaterales más legítimas y ágiles, capaces de adaptarse a un mundo multipolar y fragmentado. Un mundo donde los poderes tradicionales ya no dominan por completo, pero donde los nuevos aún no logran construir un orden duradero.