La fuerza del liderazgo: cuando la imagen habla más que las palabras

Por Miguel Antonio

Históricamente la palabra —oral y escrita— fue la mejor amiga de cualquier buen político que buscara conseguir el liderazgo con apoyos y ganando debates, sin embargo, a mediados del siglo pasado apareció un elemento con una fuerza superior: la imagen. Desde entonces, la argumentación, la elocuencia y la estética verbal empezaron a perder la carrera. Los lideres ya no escriben en los diarios ni improvisan discursos, un buen líder ya no requiere la retórica de Cicerón, sino más bien dos manos que sostengan un celular y posteen, reposteen o escriban (en no más de 280 caracteres) lo necesario para ganarse el aplauso de las masas, o —mejor dicho— el like de los followers.

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Un periodo de cambios. Liderazgo en la era digital.

La era digital o de la información se caracterizó, desde mediados del siglo pasado con la masificación de la televisión y la creación de internet, por una serie de avances en las tecnologías de la información y la comunicación que significaron a su vez una serie de cambios en las formas de comunicar, actuar y liderar.

Las campañas de comunicación de un partido político, por ejemplo, han tenido que adaptarse y evolucionar en el uso de las tecnologías. Algunas de las presidencias más famosas de los últimos tiempos se han caracterizado por un gigantesco aprovechamiento de las redes sociales: desde la primera presidencia de Obama, pasando por un Donald Trump que utilizó las redes de manera sistemática como nunca antes se había hecho, hasta la presidencia actual de Javier Milei en Argentina, le deben un alto porcentaje de su victoria a estos —relativamente jóvenes— medios de comunicación.

A priori, que las nuevas tecnologías permitan a los lideres conocer con mayor especificidad las demandas de sus electores pareciera un beneficio, pues esta es una de las bases de la democracia representativa. Sin embargo, esto esconde algunos riesgos y es que quizá las empresas de información y comunicaciones conozcan más de nosotros que nosotros mismos. En las campañas electorales más encarnizadas, los partidos políticos y los líderes pueden conocer desde la edad, el sexo y el nombre de sus votos duros, blandos e imposibles, hasta sus intereses, el lugar donde estudian, hacen deporte, o pasan sus ratos libres.

A la par de la información que las plataformas partidarias pueden conseguir, los electores también piden saber más sobre los políticos, con un interés particular en la vida más privada e incluso íntima de estos. Las propuestas o las ideas políticas de un líder tienen gusto a poco para el electorado (no me sirve que repita algo que puedo encontrar en el buscador de mi celular) en cambio, se pueden recolectar millones de vistas cuando los líderes muestran algo más personal: un pasatiempo, un deporte, lo que desayunan y almuerzan, una juntada con amigos e incluso hasta una cita romántica con su esposo o esposa.

Para lograr reconocimiento y posteriormente posicionamiento, es esencial la difusión y es en ese sentido que este tipo de demandas generan que quien quiera convertirse o mantenerse como líder actúe en consecuencia. Es por esto que los líderes que actualmente consiguen éxito se muestran activísimos —algunos más otros menos— en redes, mostrando su quehacer diario e interactuando con otros usuarios de manera constante. En este punto yace una de las claves de los liderazgos en la era digital.

 

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Las redes, un deporte de riesgo que exige un justo medio para el liderazgo.

Si hay algo que caracteriza a los medios digitales y a las redes sociales en particular es la vertiginosidad, la inmediatez con la que se da todo. Sin dudas, esto genera oportunidades: por decir o subir algo en el momento correcto se puede ganar un reconocimiento que en tiempos anteriores no se hubiera logrado ni siquiera con años de trabajo. No obstante, puede ser más fácil ahogarse haciendo rafting en un río turbulento que haciendo kayak en una laguna de agua quieta. Y aunque esto nos puede llevar a suponer que los líderes actuales deberían ser más prudentes que los del pasado, esto no sucede. Dichos desafortunados, posteos inexplicables, o fotos escandalosas, son algunos de los errores más comunes que podemos ver en líderes actuales.

El reconocidísimo internacionalista Henry Kissinger en uno de sus últimos libros publicados en vida, advierte sobre los hábitos mentales corrosivos que pueden fomentar las nuevas tecnologías y que abarca también a aquellas personas que la opinión pública reconoce como líderes. Específicamente, dice que existen cuatro sesgos en los que todos tenemos el riesgo de caer: la inmediatez —adelantada en este artículo—, la intensidad, la polaridad y la conformidad. Estos sesgos hacen que hoy sea más difícil generar y encontrar las habilidades críticas y prospectivas imprescindibles en los grandes líderes. Sin dudas, la prudencia, que desde los Clásicos griegos hasta nuestros tiempos la mayoría de los pensadores políticos han reivindicado, es una virtud bastante lejana para la actualidad inmediata, intensa, polarizada y conformista. Empero, volviendo a las palabras del internacionalista, esto no significa la exclusión absoluta de la reflexión y la moderación, pero sí que líderes con estas características hoy son ciertamente la excepción.

En la era digital, los líderes populistas, carismáticos y muchas veces impulsivos, le llevan la ventaja a los reflexivos. Quizá habría que evitar el exceso y el defecto, los mejores líderes podrían conseguir apoyo mediante una personalidad carismática y a la vez polémica, sin perder la reflexión y la prudencia que se enseña en el módulo uno de los manuales sobre “el arte de gobernar”.

 

25 de febrero de 2025
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