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La militarización del espacio

“Ha llegado el momento de establecer una Fuerza Espacial”. Con estas palabras, el vicepresidente de EE. UU., Mike Pence, presentó y reveló “los pasos exactos a seguir” para crear una Fuerza Espacial dentro de las fuerzas armadas estadounidenses. Esta nueva rama militar serviría para asegurar “la seguridad en el espacio” que, según Pence, ya se ha convertido en un “nuevo campo de batalla”.

 

 

Introducción

Desde que el hombre mira hacia el cielo durante la noche, ha admirado las estrellas y deseado alcanzarlas. A su vez, desde que se crearon las primeras armas o instrumentos de defensa, se fue desarrollando un armamento cada vez más avanzado. En la actualidad, estas dos observaciones sobre la naturaleza del hombre, se unen en una sola idea: la militarización del espacio. Esta no es en sí una idea nueva, pero fue en tiempos contemporáneos que se hizo una cuestión tangible, especialmente a partir de la Segunda Guerra Mundial.

El alemán Whernher Von Braun, fue el pionero en el desarrollo del armamento aeroespacial. Durante el régimen nazi, Von Braun vio relegado su sueño de poder utilizar los cohetes como vehículos para viajar por los espacios interplanetarios. En su lugar, debió enfocarse en su uso bélico, ya que el Estado alemán solo financiaba y promocionaba el desarrollo de armas que le permitieran ganar la guerra. Así, el ingeniero alemán desarrolló la bomba volante V-1 y V-2. Estos eran unos proyectil cohete de unos 14,5 metros, tan rápidos que a los británicos les resultaba imposible derribarlos.

Para el verano de 1945, mientras la guerra terminaba en Europa, las fuerzas Aliadas (Estados Unidos, Unión Soviética, Francia y Reino Unido) se apresuraban a descifrar los secretos del cohete nazi V2. Wernher von Braun se rindió a las fuerzas estadounidenses y fue llevado en secreto a EE. UU. Allí se le dio todos los recursos disponibles para desarrollar el V2 hasta llegar a un cohete de nueva generación. Mientras tanto, los soviéticos se apoderaron de las instalaciones de investigación y pruebas de Von Braun en Peenemunde, en la costa del mar Báltico. Asimismo, los franceses consiguieron reunir a 40 científicos e ingenieros espaciales y los británicos se embarcaron en un proyecto de ensamblar cohetes para una serie de vuelos de prueba.

En este contexto, se llega a la Guerra Fría, que podría marcar el inicio de la carrera por la militarización del espacio. Esto tiene relación con otro desarrollo bélico paralelo que modificó las calculaciones y estrategias de los polos contendientes en este período de bipolaridad: el armamento nuclear.

En julio de 1945, los EE. UU. desarrollaron, a través del “Proyecto Manhattan”, la primera bomba nuclear: “Trinity”. Poco después, en agosto de 1949, la Unión Soviética haría lo mismo con la “RDS-1”. Posteriormente siguió el desarrollo de los sistemas de misiles equipados con ojivas nucleares. Estos están clasificados en tres categorías: estratégicos, de teatro y tácticos. Estratégicos son los misiles intercontinentales (de alcance superior a los 5 400 km); los de teatro son aquellos cuyo alcance entre los 2 775 y los 5 400 km; y los tácticos son los que tienen un alcance inferior a los 1.125 km.

El que estas armas pudiesen alcanzar cualquier punto importante del mundo en tan solo unos minutos u horas, impidió recurrir a la guerra. Este factor disuasorio hizo que la carrera armamentista en este ámbito no se tradujera en demasiadas innovaciones, la competencia se redujo a quién tenía más misiles balísticos. Esto llevó a buscar un nuevo campo donde efectuar un nuevo desarrollo tecnológico para lograr superar al rival, y este fue la carrera espacial.

 

La competencia por el espacio

Esta competencia entre EE. UU. y la Unión Soviética duró aproximadamente desde 1957 a 1975. Supuso el esfuerzo paralelo entre ambos países de explorar el espacio exterior con satélites artificiales, de enviar humanos al espacio y de posar a un ser humano en la luna. La carrera espacial comenzó el 4 de octubre de 1957 con el lanzamiento soviético del Sputnik 1. Cuatro meses después, Estados Unidos consiguió lanzar su primer satélite, el Explorer I.

Los primeros satélites se utilizaron con fines científicos, pero a la vez, los objetivos militares no estuvieron ausentes. Los satélites espías fueron el inicio de la militarización de estos artefactos espaciales. Estos servían para obtener imágenes precisas de los centros militares y las operaciones del bando enemigo. Para contrarrestar estos satélites, de uno y otro lado del sistema bipolar del momento, se desarrollaron armamentos capaces de inutilizarlos o destruirlos, como láseres, satélites kamikazes o detonaciones nucleares a nivel orbital que generasen un pulso electromagnético que los inutilizara. Pero el foco del desarrollo militar para ambos bandos estaba en artefactos que les permitirían destruir en órbita los misiles balísticos intercontinentales (ICBM, por sus siglas en inglés).

De allí surgieron los cohetes norteamericanos Nike-Zeus, los primeros interceptores armados con cabezas nucleares y con capacidad de pasar sobre el Polo Norte para derribar misiles rusos cuando estos se encontrasen en vuelo. Estos fueron complementados con un sistema de alerta temprana (BMEWS, por sus siglas en inglés), compuesto por una red de radares que vigilaban el espacio aéreo constantemente ante la posibilidad de un ataque con misiles soviéticos a través del Ártico. Ambos sistemas defensivos se encontraban bajo la dirección del Cuartel General de Defensa Aeroespacial de América del Norte (NORAD, por sus siglas en inglés).

A finales de los 60, la URSS desarrolló el Sistema de Bombardeo de Órbita Fraccionada, o FOBS. Este sistema consistía en inyectar en una órbita baja de la Tierra una cabeza nuclear con una altitud de vuelo entre los 100 km y 150 km,  difícil de detectar y con la capacidad de sobrevolar no solo el Polo Norte, sino también la Antártida. Esto último dejaba en gran medida deshabilitadas las defensas del NORAD, las cuales estaban direccionados hacia el Ártico.

En 1983 el presidente norteamericano, Ronald Reagan, propuso la Iniciativa de Defensa Estratégica. Esta pretendía ser un programa de investigación y tecnología para el establecimiento de un escudo defensivo compuesto por un sistema antimisiles posicionado en el espacio, que detectaría la trayectoria de misiles balísticos para que pudieran ser destruidos en diversos puntos de su trayectoria. Pero la iniciativa fue rechazada por la distancia temporal en el desarrollo tecnológico y el excesivo costo financiero que significaba su investigación y su producción.

Como respuesta a la propuesta de Regan, en 1987 la URSS puso a prueba el Polyus, un prototipo de plataforma de armas espaciales para mantener estaciones espaciales militares en la órbita alta. La capacidad defensiva de esta plataforma comprendía un radar con visión óptica para objetivos lejanos y para guiar las armas antisatélites; un sistema de comunicación con láser link, que permitía lograr el silencio total por radio; y un generador de nubes de bario que servía para confundir armas antisatélites (ASAT, por sus siglas en inglés). En adición, la capacidad ofensiva de la plataforma Polyus consistía en ojivas y minas nucleares, como así también un cañón laser. Al momento del lanzamiento, el Polyus realizó un giro de 360° en vez de 180° y cayó al océano Pacífico. Aunque se disponía de lo necesario para la producción de un segundo Polyus, se descartó la idea porque Gorbachov prefirió no llevar la carrera espacial militar mucho más lejos y evitar una militarización a gran escala en el espacio, ya que podría terminar con bases militares en la luna y estaciones militares espaciales de gran envergadura.

 

El panorama post Guerra Fría

Con la desintegración de la URSS se da el fin de la Guerra Fría, dándole a EE. UU. el monopolio de la tecnología militar espacial. Este país llevaría a cabo el desarrollo de una nueva tecnología que marcaría un segundo ritmo en la utilización de artefactos espaciales con fines militares: el sistema de posicionamiento global o GPS. El sistema está compuesto por 24 satélites y su utilidad se basa en proporcionar la posición y velocidad, en tiempo real, de usuarios civiles y militares a nivel global. No obstante, desde principios de la primera década de este siglo, se observa una erosión de la hegemonía de EE. UU. en este ámbito.

Desde 2004 Rusia ha ido colocando en posición 24 satélites en perfecto funcionamiento, creando un sistema alternativo al GPS conocido como GLONASS. A su vez, tanto la Unión Europea con el Sistema Galileo, como China con el Beidou, están trabajando en sistemas similares que servirán de apoyo o de sustitutos para el GPS. Esto es clave para que cada una de estas naciones pueda mantener su independencia satelital y asegurar su propia seguridad.

La dependencia norteamericana en el GPS (de uso civil y militar) y la modernización/ampliación de los misiles intercontinentales de potencias emergentes como Rusia, China o India, llevaron a Washington a construir un escudo antimisiles. Este pasó de estar compuesto por 100 misiles defensivos a 350, aproximadamente, en 2016. Este incremento cuantitativo estuvo acompañado también por una ampliación geográfica, incluyendo una extensión del escudo hasta Polonia e intentos de llegar hasta las puertas de Rusia, con planes de colocación en Georgia y Ucrania.

Esto generó, tanto en Rusia y China, la necesidad de desarrollar un nuevo tipo de arma que pudiera atravesar el escudo antimisiles: se trata de las armas hipersónicas. Estas tienen la capacidad de llegar a una velocidad superior a los 8 000 km/h, haciéndose prácticamente indetectables. Esta nueva tecnología está siendo equipada tanto en los misiles de aviones de combate como también en misiles intercontinentales, teniendo la capacidad ofensiva de atacar objetivos terrestres, aéreos o hasta satélites en órbita. Rusia está adelante en el desarrollo de las armas hipersónicas, seguido por China, mientras que EE. UU. ha quedado relegado.

 

Conclusión

Este atraso tecnológico-militar norteamericano, como la pérdida de predominancia en áreas como el sistema de posicionamiento global, ha dejado al país relativamente indefenso y su capacidad defensiva y ofensiva se vio igualada en relación a otras potencias. Por lo que la necesidad de adelantarse le urge a Washington. La declaración de Mike Pence de “establecer una Fuerza Espacial”, precisamente responde a esto.

De este modo, una nueva militarización del espacio se desarrolla, teniendo el potencial de llevar a una nueva carrera militar para asegurarse el espacio, un escenario clave y fundamental para la seguridad de cada Estado que quiera mantener su hegemonía, ya sea a nivel regional o global.

 

Bibliografía

 

Autor

Gonzalo Dinamarca: Estudiante de la Licenciatura en Relaciones Internacionales (Universidad Empresarial Siglo 21). Se desempeña como investigador en asuntos de política internacional y el uso bélico de nuevas tecnologías.

 

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