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La neutralidad: ¿pacifismo o indiferencia?

Por Rosario Ferrer

La idea de mantenerse al margen de los conflictos internacionales abrió importantes debates en torno a las consecuencias que puede traer, tanto para el propio país como para el sistema y la seguridad internacionales. Por un lado, encontraremos quienes ven a la neutralidad como una posición moral y respetable, y por otro, quienes la consideran incorrecta e indigna. Un intenso dilema que enfrentan los países al estallar cualquier conflicto: ¿promover la paz y salvaguardar sus intereses o tomar parte activa en el tablero internacional?

 

¿Qué quiere decir que un país se mantenga neutral?

Si rastreamos la adopción de actitudes neutrales en la historia, podríamos remitirnos hasta la  Antigüedad, en la Grecia del siglo VI a.C. Sin embargo, fue después de la constitución de los Estados modernos que la neutralidad comenzó a perfilarse como una actitud compleja que los países tomaban frente a los conflictos internacionales. Pero, ¿qué quiere decir exactamente mantenerse neutral? Según el diccionario de la RAE, que una nación o Estado se mantenga neutral significa “que no toma parte en una guerra movida por otros y se acoge al sistema de obligaciones y derechos inherentes a tal actitud”.

Ahora bien, que un país elija o no la neutralidad es muy polémico, por lo que se genera un interesante cruce de argumentos entre quienes la ven desde una perspectiva positiva y quienes la consideran una conducta corrosiva para el sistema internacional.

 

El lado A de la neutralidad

Los defensores de la neutralidad utilizan como argumentos los principios idealistas de moralidad, justicia y promoción de la paz. Se promueve la tolerancia, el respeto y la cooperación mientras se repele la brutalidad e inmoralidad de la guerra. Por ejemplo, Suecia y Suiza son dos países que por mucho tiempo se identificaron con la neutralidad, ya que, a través de ella expresaban valores nacionales importantes como la democracia política, la libertad y la justicia internacional. Es decir, era parte de su identidad nacional.

Por otro lado, G. Raymond sostiene que cuando los países se mantienen neutrales se limita significativamente la escala del conflicto. ¿Por qué? Primero que nada, porque disminuye el alcance de la guerra, ya que se reduce el número de beligerantes; segundo, la destructividad también disminuye porque no son tantas las poblaciones y los territorios afectados; y por último, porque aumentan las posibilidades de resolver el conflicto por vía diplomática por la propia iniciativa de los países neutrales. Pensemos, por ejemplo, el caso de Argentina y Chile durante la Segunda Guerra Mundial, en la cual decidieron mantener su neutralidad. Posiblemente si hubieran decidido participar, el conflicto se hubiera extendido hasta Sudamérica, involucrando a más países por la cercanía geográfica y haciendo la guerra aún más devastadora.

El lado B de la neutralidad

Del otro extremo del debate se considera a la neutralidad una actitud sumisa, cobarde y hasta inmadura.  Ya desde la Antigüedad se la juzgaba como un comportamiento inefectivo y que lo único que generaba era consecuencias negativas para los intereses nacionales de los neutrales. Más tarde en el siglo XX, Morgenthau explicó que los países que decidían adoptar esta posición renunciaban a su posibilidad de tener un rol activo en los asuntos mundiales, no pudiendo intervenir en cuestiones de su interés. Un ejemplo de esto es el caso de Finlandia y Suecia en el actual contexto de la guerra Rusia-Ucrania. Ambos países desde su posición neutral no podrían intervenir en la guerra, por lo que decidieron abandonar esta postura y, así, poder brindar su apoyo a Ucrania. Además, otros países que practican la neutralidad permanente prefirieron adoptar concepciones más modernas de neutralidad que se correspondieran más a la actualidad y a la voluntad de sus ciudadanos.

También se suele calificar a los países neutrales de oportunistas, ya que, al mantenerse al margen del conflicto, resguardan sus intereses económicos en vez de intervenir en defensa de determinada causa. Por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial, España se mantuvo neutral para resguardar su golpeada economía (producto de la Guerra Civil), siendo duramente criticada por las potencias.

 

¿Quiénes y por qué adoptan cada posición?

Si nos remitimos a la historia podemos darnos cuenta que, por lo general, los países que eligieron la neutralidad, han sido países periféricos y no las más grandes potencias. Esto significa que, cuanto más poder detente un país – especialmente en el plano ideológico – , es más propenso a involucrarse en un conflicto internacional. Es por esto que los Estados más poderosos rara vez se mantienen neutrales y hasta desprestigian tal posición. Por ejemplo, políticos muy importantes, como Churchill y Kissinger se manifestaron en contra de la neutralidad, ya que pensaban que los países, al llegar a un determinado grado de madurez, tenían la obligación de involucrarse. Igualmente, algunos países periféricos deciden tomar parte en las guerras, incluso sin ser presionados por los países beligerantes. Esto se debe, en parte, a la aspiración de aumentar su poder  e influencia en el sistema internacional.

 

Conclusión

Como pudimos ver, la postura de mantenerse fuera de todo conflicto es bastante controvertida, especialmente cuando hay intereses, valores o elementos ideológicos de por medio. Son muchas las razones que llevan a un país a intervenir o a hacerse a un lado, pero, lo importante es que, independientemente se elija o no la neutralidad, cada país exprese su soberanía y autonomía, apelando a la cooperación y a generar la menor cantidad de daños posibles.

 

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