La Tercera Revolución Industrial y su impacto en la realidad laboral

Durante buena parte del siglo XX, precisamente después de la década de 1950, el mapa laboral y los sistemas de producción empiezan a verse fuertemente afectados por los avances tecnológicos y las nuevas formas de producción. Impulsadas principalmente por la creciente productividad que alcanzaron los países más avanzados y desarrollados en materia tecnológica, se produjeron profundas transformaciones en la manera en que se entendía el trabajo y la producción hasta ese momento. Se llama tercera revolución industrial a la creciente automatización electrónica y digital que invadió los lugares de trabajo. Esta especie de robotización de los sectores impacta en el desarrollo de los conocimientos de los miembros de la sociedad, pero también impone nuevos desafíos en términos de perspectivas de crecimiento. Es decir, lo que nos da posibilidades de desarrollo implica a su vez el desafío de materializar ese progreso y transformarlo en algo real, lo cual muchas veces es frustrado por la falta de planificación general sobre los objetivos específicos, en otras palabras, la imposibilidad de clarificar el “qué” y el “cómo” y poder encuadrarlo en un horizonte temporal (Jeremy Rifkin, 2011).

 

 

Introducción

Este nuevo orden productivo, sumado a la apertura de los mercados y a la expansión acelerada de la globalización, aumentó las posibilidades de desarrollo en los países industrializados, ya que estos disponen de una mayor facilidad para adaptarse a los cambios como consecuencia de sus estructuras organizativas cada vez más “inteligentes” y ordenadas desde una perspectiva de visión global. Los cambios producen mareas de especulaciones sobre cómo será el trabajo y sus condiciones en un futuro cercano. Las empresas que suelen sortear de la mejor manera estos cambios son, generalmente, aquellas que poseen políticas claras para la administración de su personal, que les permita disminuir la resistencia al cambio y manejar con eficiencia las incertidumbres de sus colaboradores.

Ahora bien, podríamos pensar que a medida que aumenta el nivel tecnológico que facilita el trabajo, el individuo podrá ir mejorando la calidad de vida de su sociedad, ya que si al trabajo “sucio” lo hacen organismos “inteligentes”, se reduciría considerablemente su jornada de trabajo, aumentaría su posibilidad de desarrollo personal y más aún el dinero que se ahorran las organizaciones en utilizar productivamente la tecnología podría utilizarse para mejorar la educación de su planta, elevar sus competencias y así contribuir al bienestar social (Rifkin, 1996).

 

Innovaciones de la 3° Revolución Industrial. Fuente: Economipedia

 

De lo utópico a lo real

Si bien postular esto va en contra de la actual sociedad de consumo, no sería una utopía tan inverosímil. Sí tendría serias disidencias con la corriente del humanismo ecologista que se preocupa por la “huella digital” que el avance tecnológico va dejando en virtud del progreso y la evolución de los sistemas de producción.

Lo curioso de este desborde de optimismo es que de producirse dicho orden, nos estaríamos acercando demasiado a los postulados generales del marxismo y su lucha contra la alienación social del trabajo. Un individuo que ya no está sometido a los medios de producción, ni a la actividad alienante del trabajo, porque a las labores más duras la realizan las nuevas maquinarias que reducirán la carga tediosa y automatizante que degrada, en la rutina diaria, la libertad de los sujetos. Además, esto podría producirse sin la necesidad de apoderarse de los medios de producción ni abolir la propiedad privada. Sería como reafirmar el estilo socialdemócrata o de una democracia socialista que no se quede a mitad de camino sino que proponga una vía alternativa a los nuevos  sistemas productivos y a la nueva realidad a la que el progreso tecnológico nos ha reducido.

Volvamos a la utopía no tan inverosímil. Según las teorías marxistas más fuertes y ortodoxas, si cambiamos los medios de producción y sus relaciones, se produciría un cambio en la sociedad y en la manera de ver y entender el trabajo que ésta misma considera como indicada. También el individuo y la sociedad en su conjunto superarían la deshumanización a la que el “capitalismo salvaje” la somete. Lo que en el fondo expresan estas teorías es la necesidad de un cambio o superación del “reino de la necesidad” en el cual vivimos por un “reino de la libertad” que libere de una vez por todas al hombre del yugo asfixiante del trabajo rutinario y lo ponga en contacto de una forma más amigable con la naturaleza, ya no sirviéndose desproporcionadamente de ella para producir cada vez más, sino en una relación cordial que permita utilizar lo que se necesita, renovar lo que sea renovable y sobre todo tomar conciencia de que lo que se desperdicia hoy, será lo que las futuras generaciones  verán como escaso o extinto. Así, lo importante del progreso es la humanización del otro, la empatía de lo humano para lo humano y su equilibrio con el entorno natural (Rifkin, 2010). Vale aclarar también que idealizar el avance ciego del progreso, sea cual fuere su naturaleza, va a producir por sí mismo una armonía de la humanidad es totalmente falaz y simplista.

 

Conclusión

Por último podría considerarse un detalle: cómo varía la forma de entender la globalización y el progreso o la revolución tecnológica según en qué lugar del mundo nos encontremos. Es posible preguntarse si el análisis del futuro y los cambios producidos por el tan ansiado progreso lo experimenta o entienden de la misma manera un obrero en Bolivia, un estudiante universitario  en Francia o un agricultor en Brasil. Preguntarse cómo asegurar que la revolución tecnológica de la que estamos absolutamente convencidos a nivel académico o productivo implica una mejora en el conjunto de las sociedades del planeta o cómo la nueva era digital y cibernética facilitarían la vida de una tribu en África. Hay un consenso general en que la evolución de las comunicaciones facilitó los procesos de transferencia de información y que redujo en gran medida la carga de trabajo, pero ¿podrá extenderse a todas las culturas? ¿Podrá la humanidad ser homogénea y liberar realmente al hombre de la sumisión al trabajo para alcanzar un nuevo orden de justicia? O en realidad lo que se producirá será grandes oleadas de desempleo producto de que lo que antes hacían tres trabajadores hoy lo hace una máquina con solo un operario… Si será así, no queda claro todavía. Pero es una realidad que hoy en día pareciera visualizarse.

De todos modos, es un gran desafío para los nuevos administradores y los que poseen los medios de producción, un desafío en términos de responsabilidad social, que piense en el bienestar social, más que en la sed de ganancias, que vaya más allá de la ventaja económica sobre bases de desigualdad y de posicionamiento abusivo del más fuerte sobre el más débil. El mercado podrá dejar de ser la selva donde el hombre come al hombre si el avance del progreso se fusiona a las distintas culturas y formas de vivir de cada sociedad en particular, creando un “sistema mundo” donde la tecnología, el progreso y el genuino desarrollo universal sean parte del mismo proyecto.

 

Bibliografía

  • Rifkin, Jeremy, El fin del trabajo, México, Paidós, 1996.
  • Rifkin, Jeremy, La Civilización Empática: la carrera hacia una conciencia global en un mundo en crisis. Buenos Aires: Paidós, 2010.
  • Rifkin, Jeremy. La tercera Revolución Industrial. Santos Mosquera, Albino. España: Paidós, 2011.

 

Muhammad Jadur: Licenciado en Gestión de RR. HH. Analista de RR. HH. Adscripto en investigación en la Universidad Empresarial Siglo 21.

 

 

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