Cuando en el año 1999 el agonizante presidente de Rusia, el viejo Boris Yeltsin, decidió que el Vladimir Putin sería su sucesor político en el Kremlin, puso sobre los hombros del mencionado joven de Leningrado la tarea de encaminar hacia el futuro a la nueva Rusia, partiendo de la gelatinosa y poco sólida base social y económica de los años ’90s.
Un asesor recomendado
Cuando en el año 1999 el agonizante presidente de Rusia, el viejo Boris Yeltsin, decidió que el Vladimir Putin sería su sucesor político en el Kremlin, puso sobre los hombros del mencionado joven de Leningrado la tarea de encaminar hacia el futuro a la nueva Rusia, partiendo de la gelatinosa y poco sólida base social y económica de los años ’90s.
Vladimir Putin siempre se desempeñó en la política como el “segundo silencioso e invisible”. Manejo la agenda y se convirtió en el hombre de confianza del alcalde de San Petersburgo, Anatoly Sobchak, durante la primera mitad de la década, buscando afanosamente convertir la bella ciudad del Báltico en un centro de inversiones que la hiciera reflorecer a los años de esplendor zarista. Su lealtad al alcalde, incluso durante la época de declive de Sobchak, lo catapultó al Kremlin cuando Yeltsin quiso rodearse de asesores de confianza que no pertenecieran a la “vieja guardia comunista” o estuvieran influenciados por los viejos militantes enquistados en la dinámica política moscovita desde hacía décadas.
Sobchak no dudo en recomendar al joven ex Teniente Coronel de la KGB, leal y de un prontuario intachable y eficiente. Habiendo renunciado a la agencia de inteligencia soviética con posterioridad al golpe de Estado contra Gorbachov en 1991, ahora se desempeñaba como civil en la política de la turbulenta Rusia democrática, donde los asesinatos y los envenenamientos eran moneda corriente entre empresarios, políticos y personalidades de renombre.
Un viejo moribundo rodeado de gigantes
Para fines de los años ‘90s Boris Yeltsin estaba en un estado de salud crítico, debiendo ser intervenido quirúrgicamente por cuestiones cardiovasculares en forma permanente y constante. Había sentado las bases para crear una economía rudimentaria de mercado en un país donde las bases materiales para la existencia de una dinámica capitalista de competencia no existían (Myers; Steven Lee: 2017). Fue en este contexto de caos donde un sinfín de recursos otrora del Estado fue apropiado mediante maniobras de corrupción por parte de lo que se convirtió en la Nueva Oligarquía de Rusia.
Grupos privados de poder con cuentas fantasmas en el extranjero y mediante el lavado de dinero con empresas foráneas comenzaron a enquistarse en la estructura del Estado ruso, convirtiéndolo en un instrumento para fortalecer y acrecentar la influencia política de estos nuevos multimillonarios en el Kremlin.
“Entre 1995 y 1998 un grupo de unos quince oligarcas no sólo controló los flujos financieros, sino que dominó las decisiones políticas cruciales. Tomaban parte en la formación de los gobiernos y recibían prebendas de éstos. La oligarquía se basaba así en la interacción de dos grupos de la elite, el establishment político, que quedaba financiado por los principales magnates de la economía, y los propios magnates o big businessmen” (Jesús de Andrés y Rubén Ruiz: 2008).
Los magnates
Boris Berezovsky, dueño de canales en los medios masivos de comunicación, inflaba o dilapidaba a políticos a diestra y siniestra dependiendo la adhesión o no a los intereses de sus negocios, por mencionar algún ejemplo. Mijaíl Jodorkovski o Roman Abramovich son otros nombres que, en el campo petrolero, hidrocarburífero, deportivo o mediático, controlaban ahora estructuras políticas que les permitían influenciar de forma significativa en la toma de decisiones en el Kremlin y a influir sobre un viejo Yeltsin que era consciente de que para encaminar a Rusia hacia el futuro sería necesario controlar de alguna manera el poder de estos magnates.
La irrupción de Putin en el Kremlin
Boris Yeltsin confiaba en la aparición de una figura militar que disciplinara y volviera a encaminar a la nación de cara al nuevo siglo. La desaparición de la escena política de los generales Lebed y Shpigun, sobre quienes guardaba esta esperanza, lo hizo caer en una profunda preocupación (Myers, Steven Lee: 2017).
Aquí es donde entra en escena Vladimir Putin, quien por su brillante desempeño en el campo de la seguridad y la profunda lealtad hacia el presidente incluso en sus momentos más difíciles, había sido nombrado Director del FSB (órgano de seguridad e inteligencia sucesor del KGB) transformándose en el primer civil de la historia rusa en estar al mando de la Agencia de inteligencia situada en el famoso edificio de la Lubyanka.
Anzuelos y extorsiones
Uno de los principales adversarios políticos de Yeltsin, el fiscal general Yuri Skuratov, aunaba esfuerzos en la Duma y en el Kremlin para arremeter contra el convaleciente presidente, aludiendo tener pruebas para iniciarle un juicio político que le valdría la destitución. Movido en parte por la influencia de estos grandes empresarios en el campo político y judicial. Misteriosamente, los principales medios de comunicación de la ciudad recibieron cintas de video donde aparecía Skuratov filmado con dos jóvenes prostitutas en la habitación de un hotel manteniendo relaciones sexuales a espaldas de su esposa.
El famoso anzuelo de la seducción por parte de mujeres reclutadas para proceder con la extorsión sexual es moneda corriente en las agencias de seguridad, y ex agentes como el georgiano Dvirkvelov o el israelí Ostrovsky han redactado ampliamente sobre estas modalidades en sus escritos. Skuratov no tuvo otra opción que renunciar y bajarse del caballo político del Kremlin, si no quería caer en el escándalo sexual que destruiría su vida familiar y pública. Los orígenes de la cinta fueron dudosos, pero Yeltsin vio en esta maniobra la mano del astuto líder del FSB, Vladimir Vladimirovich Putin.
El nombramiento
Esta experiencia de lealtad y astucia para lidiar con poderosos, lo llevo a decidir que Putin debía hacerse cargo del puesto de Primer Ministro, desde donde saltaría a la presidencia abriendo el milenio con el pesado deber de re-estructurar el Estado ruso. Alguien proveniente de inteligencia, en un país donde la cultura del espionaje y los informes de investigación sobre toda persona son moneda corriente, Putin era el hombre que “veía, oía y callaba”.
Sobre el FSB se crearía el esqueleto del nuevo Estado, siendo la Agencia de Inteligencia el principal articulador de los intereses de la Nueva Rusia. El principal desafío: domesticar a las oligarquías con influencia en el Kremlin y alinear sus intereses al nacional. Y la experiencia extorsiva sobre Skuratov fue el puntapié inicial de la reforma rusa. Extorsionando se domaria a la nueva clase económica rusa post-soviética.
A los magnates que se hicieron con el control de los recursos naturales y estratégicos de Rusia se le ofrecerían dos opciones: colocar el interés empresario en línea con el interés nacional y dejar de presionar sobre la agenda gubernamental, o sufrir un escándalo público seguido de una apertura de causa judicial en base a los infinitos antecedentes de corrupción, lavado de dinero, asesinatos a encargo y contrabando. La Agencia de Inteligencia FSB fue la anónima y silenciosa reestructuradora: “Sabemos esto de ti. Todo permanecerá en silencio, si acatas el modelo de desarrollo que marcaremos para la Nueva Rusia” parecía decir en silencio y en susurros el edificio de Lubyanka, terrorífica estructura de los años de la Cheka de Dzherzinksi y la NKVD de Lavrenti Beria, testigo de crueles métodos y eficaces operaciones.
La guerra contra los multimillonarios
Durante la catástrofe del submarino nuclear Kursk, donde perdieron la vida marineros, suboficiales y oficiales de la Armada rusa, Berezovsky comenzó a golpear fuertemente a Putin en los medios masivos de comunicación. Automáticamente, una causa judicial por corrupción y lavado de dinero se abrió en su contra obligándolo a no poder regresar al país. Su cadena NTV fue comprada por Roman Abramovich (actual dueño del Chelsea FC) quien luego se la entregó al Estado. Viejos archivos de turbios negocios que parecían perdidos estaban vivos en las profundas bóvedas del FSB, listos a ser desempolvados en cuanto los multimillonarios dieran muestras de ofensiva contra el Kremlin.
Mijaíl Jodorkovski fue otro caso emblemático. El hombre más rico de Rusia y dueño de YUKOS, la petrolera más grande del país fue detenido y encarcelado por robo, blanqueo de capitales y ordenar dos asesinatos, cuando se predisponía a privatizar parte de su compañía abriéndole la puerta a Chevron y Exxon Mobile para controlar gran parte de los activos en hidrocarburos extraídos por la mencionada empresa rusa. Las causas jamás se hubiesen abierto y los documentos secretos que lo imputan jamás hubiesen salido a la luz, si la tentativa de venta al extranjero no hubiese existido. Putin veía como los recursos, principal herramienta geopolítica de Rusia, podrían convertirse en la puerta al tesoro nacional para grupos extranjeros.
La agencia, motor de la reforma y la Rusia de hoy
En definitiva, la reforma del Estado llevada adelante por Vladimir Putin es una especie de “acuerdo tácito” entre la agencia de inteligencia FSB y los magnates: “lealtad por silencio”. La oligarquía que se forjó en Rusia durante los años 90 es de suma importancia para el país, porque controla recursos de gran valor estratégico, entre ellos el petróleo, el gas, el níquel o los medios de comunicación. Mantenerla en línea con las directivas del Kremlin es un desafío constante para el gobierno, y la entronización de la comunidad de inteligencia al mando del gigante eslavo es lo que posibilita esta dura domesticación de las fuerzas económicas privadas.
El aparato que todo lo penetra en una inimaginable red de informantes, utiliza el archivo delictivo con fines extorsivos sobre el empresariado, que tampoco es inocente. Así es como la Rusia de Putin logra mantenerse, aparentemente, como un monolítico poder homogéneo. Pero tras la cortina, se encuentra un pacto de violencia, como todos los ocurridos en la historia del Kremlin: “saldrás impune de tu pasado si no contrarias el interés nacional”.
En una ocasión en que Putin fue entrevistado por el periódico Komsomolskaya Pravda en 1999, donde se le preguntó con cierto temor si era cierto que los servicios secretos de seguridad planeaban realizar un golpe de Estado, a lo que él respondió:
“¿Para qué montar un golpe si ya estamos en el poder?” (Myers, Steven Lee: 2017).
La agencia FSB es el esqueleto y pilar del nuevo Estado que efectiviza el cumplimiento de este acuerdo tácito entre gobierno y magnates.
Bibliografía:
- Jesús de Andrés y Rubén Ruiz: “Y Putin encontró el camino. Instituciones y régimen político en la Rusia del siglo XXI”. UNISCI Discussion Papers, Nº 17. Mayo, 2008.
- Myers, Steven Lee: “El nuevo zar. Ascenso y dominio de Vladimir Putin”. Ed: Ariel. Buenos Aires, 2017.
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