México: un país entre dos muros

A pocos meses de la llegada de Donald Trump al poder, el mundo sigue expectante los avances para la construcción del muro más famoso del mundo por estos días. Dicha obra terminará de sellar los más de 3200 kilómetros de frontera entre Estados Unidos y México. Menos visibles son las políticas del gobierno mexicano con respecto a los migrantes en tránsito provenientes de Mesoamérica. Enrique Peña Nieto y Otto Pérez Molina, mandatarios de México y Guatemala, lanzaron en 2014 el Programa Frontera Sur para fortalecer la vigilancia de la frontera y brindar más seguridad a los migrantes.

Plan Frontera Sur: pobres contra pobres

Cientos de salvadoreños, hondureños, nicaragüenses y guatemaltecos intentan cada día escapar de sus realidades y concretar el sueño americano. De acuerdo a la organización Movimiento Migrante Mesoamericano, cada año 400.000 migrantes entran a México por la frontera sur, de los cuales 20.000 desaparecen o mueren – víctimas del crimen organizado, traficantes o condiciones extremas-. Hasta hace unos años, cruzar a México por Guatemala y recorrer los más de 3000 kilómetros de territorio hasta llegar a Ciudad Juárez, Nuevo Laredo, Mexicali u otra localidad del norte mexicano era relativamente factible. En ese entonces, el mayor desafío era sortear los obstáculos del cruce del desierto o del río Bravo en el norte.

El 7 de julio de 2014, el panorama cambió. México construyó su propio muro. Un muro virtual de militarización de la frontera en los estados de Chiapas, Tabasco, Campeche y Quintana Roo que limitan con Guatemala y Belice. El presidente mexicano destacó que la iniciativa tiene dos propósitos: proteger al migrante y ordenar el paso fronterizo. Sin embargo, la realidad indica que los migrantes irregulares continúan ingresando al país, sólo que eligen rutas alternativas llenas de peligros para evadir los controles. Esta situación ha generado un aumento en el número de migrantes muertos o mutilados y el incremento del crimen organizado en la zona.

La movilidad de personas norte sur desde el Triángulo Norte de Centroamérica (Guatemala, Honduras y El Salvador) hacia los Estados Unidos ha cobrado importancia en las últimas décadas. Las causas de este fenómeno obedecen a la falta de empleo, inseguridad o violencia en los países de origen o reunificación familiar y tradición migratoria en algunos casos.

Este fenómeno migratorio es el resultado de una doble fuerza: por un lado, la necesidad de huir de una realidad de pobreza y violencia, y por el otro, la promesa de oportunidades en un país del primer mundo. En su trayecto, los que huyen de la miseria, hacen escala en un país tan extenso como desigual. Según la organización no gubernamental Oxfam, México está dentro del 25% de países con mayor desigualdad y 45 millones de mexicanos viven en la pobreza.

Tierra fértil para el crimen

La militarización de la frontera, la afloración de la actividad delictiva por parte de grupos de crimen organizado -como Los Zetas o Mara Salvatrucha– sólo ha contribuido a hacer la travesía más complicada y peligrosa para los migrantes, pero no ha contribuido en nada a detener el flujo migratorio.

Las cifras más escalofriantes que ilustran esta realidad tocan a los más vulnerables. El número de niños migrantes no acompañados ha aumentado un 333% de 2013 a 2015, según datos de Unicef México. La mayoría de ellos, son jóvenes entre 12 y 17 años originarios de Honduras, Guatemala y El Salvador. Por su parte, según estadísticas, 7 de cada 10 mujeres son abusadas sexualmente y 9 de cada 10 son acosadas sexualmente durante el trayecto hacia Estados Unidos. Muchas de estas mujeres son secuestradas y entregadas a bandas que se dedican a la explotación sexual.

Mientras, los centroamericanos escapan de una miseria tan profunda que vale el riesgo. Entre tantos peligros se encuentra La Bestia. La Bestia o El Gusano de Acero es una red de trenes que atraviesa de norte a sur el territorio mexicano. Los migrantes pasan días viajando en el techo del tren sin comer, sin tomar agua, sin dormir (porque aquel que se duerme se cae del tren). El número de indocumentados que se le animan se ha reducido significativamente en los últimos años por los peligros que acechan allí. Prefieren caminar semanas hasta no reconocerse los pies, que ser vejados, asaltados o asesinados por bandas criminales que a estas alturas ya son parte de La Bestia. Si de ese viaje salen con vida, tal vez puedan ver el muro del norte, el de cemento, allí les espera otra lucha por sobrevivir.

Los que no toman el tren y andan por semanas a pie no corren mejor suerte. En 2010, en San Fernando, estado de Tamaulipas, 72 migrantes en tránsito fueron secuestrados y asesinados por una de las bandas más violentas de México: Los Zetas. Tiempo después, se descubrieron fosas comunes con más migrantes (incluidos mexicanos).

Más barreras, más migrantes

En un mundo cada vez más tendiente a los desplazamientos internacionales, los gobiernos no dejan de multiplicar las barreras migratorias, ya sea físicas (muros, vallas), reglamentarias (visados) o virtuales (radares, drones y otros sistemas de control). Su implementación y la tendencia de estos controles a multiplicarse, sin embargo, no ha contribuido de ninguna forma a detener el fenómeno migratorio de indocumentados. La militarización de las fronteras y la expansión del crimen organizado en esos territorios han contribuido a inflar las estadísticas de muertos, desaparecidos en el camino, o a llenar los bolsillos de empresas de seguridad y del crimen organizado.

México continúa con una política de endurecimiento de fronteras que empeora las condiciones de los migrantes indocumentados y los fuerza a tomar rutas más peligrosas. Tan extremas son las condiciones en Mesoamérica, que ni La Bestia ni Los Zetas le han ganado a la desesperación de aquellos que no tienen nada que perder.

BIBLIOGRAFÍA

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Autora

Florencia Filippa: Abogada egresada (UNC) y estudiante de la Licenciatura en Comunicación Social.

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