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¿Por qué la democracia estadounidense podría estar tambaleando?

Quizá muchos lectores no estén convencidos de que el título de este artículo sea posible, y mucho menos probable. Quizá piensen que es pura habladuría y que nada tiene que ver la (ahora sabida) derrota de Trump con el quiebre de la democracia estadounidense. Pero definitivamente un autor de tal talla como Adam Przeworski estaría de acuerdo. Este autor nacido en Varsovia cree que la democracia estadounidense hace un tiempo ya está rota. Y es que para él, lo más importante no son los resultados de las elecciones sino el hecho de que la democracia funcione como el mejor procedimiento (al menos hasta el momento efectivizado) para canalizar intereses y conseguir una resolución pacífica de los conflictos que puedan suscitarse a ser aquellos contrapuestos. Pero este no parece ser el caso de los Estados Unidos post-Trump.

Es ahora de amplio conocimiento que quien resultó ganador de las últimas elecciones estadounidenses fue el candidato demócrata Joe Biden, que junto a Kamala Harris conforman la ya definitiva fórmula para la presidencia y la vicepresidencia, respectivamente. Es decir, pasó lo que para muchos era posible pero de ninguna manera indefectible: el polémico Donald Trump se veía obligado a dejar la presidencia, convirtiéndose así uno más de los pocos presidentes que no fueron reelectos para un segundo mandato en el país norteamericano.

 

 

La pregunta del millón: ¿Cómo funciona el sistema electoral estadounidense?

Ahora bien, deberíamos aclarar cómo funciona el sistema electoral estadounidense y qué es lo que lo hace tan particular. En los Estados Unidos se elige presidente por un período de cuatro años, quien puede ser reelecto por un período adicional, no pudiendo ejercer más de dos mandatos. Es en el mes de noviembre de cada año electoral donde los candidatos elegidos por cada partido compiten en la llamada elección general, cuyo resultado determinará quién finalmente asumirá como el siguiente presidente del país.

Para la determinación de los candidatos de los partidos, hay dos posibles mecanismos a usar, que quedan a elección de cada Estado: 1) la realización de elecciones primarias (que a su vez pueden ser partidarias[1] o no partidarias) y 2) el caucus, que se aplica en determinados Estados como Nevada o Iowa, donde “el sistema de nominación presidencial se basa en una asamblea partidaria con los ciudadanos registrados y afiliados al partido en la que, a mano alzada o depositando el voto en una urna, eligen a su candidato”[2]. Luego, el anuncio por parte de cada uno de los partidos de quién será finalmente su candidato oficial y definitivo para las elecciones generales se hace en la Convención Nacional del Partido[3]. En estas convenciones se reúnen referentes de cada partido y se exponen las líneas de campaña, además de demostrar el apoyo al candidato elegido.

En cuanto a quienes están habilitados para votar son todos los ciudadanos mayores de 18 años, quienes se tienen que inscribir para hacerlo (salvo en el Estado de Dakota del Norte), pues en ese país, a diferencia del nuestro, el voto es voluntario, no obligatorio. Cómo registrarse y con qué necesita cada ciudadano contar para registrarse para votar, varía según cada Estado. Además, es interesante aclarar que, por ejemplo, los puertorriqueños, a pesar de ser reconocidos ciudadanos estadounidenses, no tienen la posibilidad de ejercer sus derechos políticos, es decir, no pueden votar.

La particularidad de las elecciones estadounidenses viene dada porque son indirectas: el pueblo no elige directamente a sus representantes, sino que lo hace a través de un Colegio Electoral compuesto por delegados o electores que eligen “en su nombre”. Estos delegados o electores se distribuyen entre los 50 Estados y el distrito de Columbia según la cantidad de población que tiene cada uno de los estados. Cada Estado tiene su propio sistema para elegir a los miembros del colegio electoral, y a su vez, también cada Estado tiene sus propias normas electorales que guían a cada elector al momento de emitir su voto electoral. Un detalle importante de este sistema es que el voto popular puede no coincidir con el voto del Colegio electoral[4], el cual es el definitivo a la hora de conseguir la presidencia, es decir, finalmente gana el candidato que obtiene 270 votos de electores del Colegio Electoral[5], que puede no ser el que se lleve la mayoría de los votos populares.

Dicho todo esto, hay dos cuestiones adicionales que debemos mencionar: 1) lo que sucede es que la mayoría de los estados conceden su voto electoral al candidato apoyado mayormente por el pueblo (obteniendo la mayoría absoluta de los votos populares), salvo excepciones[6] y 2) “El Colegio Electoral nunca se reúne como cuerpo. Pasadas las elecciones, los compromisarios de cada estado se reúnen en las capitales de su estado para emitir formalmente su voto electoral que se envía a Washington DC para que sea certificado por el Congreso”[7].

 

No todo lo que brilla es oro: la preocupación en relación al sistema democrático

Así, queda claro que el sistema electoral para las elecciones presidenciales estadounidenses, no es nada sencillo. Y para Adam Przeworski, esto es claramente una preocupación: “Estados Unidos es el único país que conozco con reglas tan poco claras. No hay reglas claras que determinen quién es el ganador. Después de la crisis de 1876 (3), el Congreso aprobó una ley que nadie puede terminar de entender qué es lo que dice (…) El sistema funcionó hasta ahora por un cálculo estratégico de los perdedores. Incluso en el 2000, cuando la elección fue completamente confusa, Al Gore (candidato presidencial del Partido Demócrata) sostuvo que iba a reconocer su derrota (frente a George W. Bush) porque sino podría terminar en violencia. (…) existen normas informales que llevan a los perdedores a considerar una derrota”[8].

Ahora bien, ¿por qué la insinuación de que la democracia estadounidense podría estar pasando por un rough patch? La democracia estadounidense es de las más sólidas del mundo, habiéndose interrumpido sólo durante la Guerra Civil. Pero, no habría que dar por sentada esa solidez. Y esto es así por la cada vez más preocupante aparición y llegada al poder de políticos públicamente antidemocráticos. Para detectarlos, Juan Linz, diseñó una serie de “indicadores”. Para este autor, estaríamos frente a políticos antidemocráticos si éstos incluyen 1)  una deficiencia para rechazar terminantemente la violencia, 2) una disposición para restringir las libertades civiles de sus rivales y 3) la negación de la legitimidad de los gobiernos electos[9]; y Donald Trump parece cumplir con todos y cada uno de estos requisitos. Como bien explica el autor: “Durante la campaña alentó la violencia entre sus seguidores; suplicó enjuiciar a Hillary Clinton [refiriéndose a la elección del 2016]; amenazó con tomar acciones legales contra los medios de comunicación que no lo favorecían, y sugirió que podría no aceptar los resultados de la elección.”

Y de hecho, en estas elecciones, las del 2020, efectivamente no aceptó los resultados de la elección. Al determinarse que el candidato demócrata, Joe Biden, era el presidente electo, Donald Trump utilizó las redes sociales para expresar que las elecciones se habían tratado de un fraude, y que iba a tomar medidas judiciales al respecto. Además, deslegitimó el sistema electoral estadounidense apuntando a las votaciones ilegales y a las fallas que pudieran tener el voto electrónico y por correo.

 

 

Así, para Linz, la cuestión no pasa porque la sociedad estadounidense se haya vuelto más autoritaria y que por eso elija políticos con tintes de ese tipo. Para él, el problema está en que en realidad lo que está fallando son los filtros institucionales que “supuestamente servirían para protegernos de los extremistas, como el sistema para elegir al candidato de un partido, y los medios noticiosos”. Algo parecido plantea Przeworski, al apuntar que el peligro no está exactamente en que tal o cual candidato sea el ganador, sino en que la democracia como procedimiento para procesar disentimientos está fallando:

“[No importa tanto] El hecho de que no sepamos cómo va a definirse la elección, ni cuándo será definida, [sino que lo que importa es] que la gente piense que existe lugar para la violencia, que los militares hayan declarado de manera oficial cuál será su potencial rol en estas elecciones, que los sindicatos policiales hayan expresado sus preferencias políticas,, todo esto muestra que, de algún modo, la democracia en Estados Unidos ya está rota”.

Además, también detecta como un grave riesgo a la democracia el hecho de que las personas vean a aquel con el que disiente como enemigo: “Trump se refiere a las personas que difieren de él como “enemigos del pueblo”, “traidores de la patria”. Eso es nuevo y no será resuelto cualquiera sea el resultado de la elección. Tenemos que mirar más allá de las elecciones.”

Militante republicano esperando el conteo de votos en el estado de Arizona, EE. UU., 2020.

 

Es en este sentido que Linz resalta la importancia de preservar y mantener el ojo en las reglas informales que funcionan como herramientas para reforzar las instituciones democráticas. Para aclarar esto, pone la metáfora de un juego de basketball improvisado, en donde no hay árbitro: así, de manera análoga, “las democracias funcionan mejor cuando las reglas no escritas, conocidas y respetadas por todos los jugadores, garantizan un mínimo de civilidad y cooperación”. Entre estas reglas informales se destacan los límites partidistas y el juego limpio: hoy esas normas aparecen amenazadas. Sobre todo la que refiere a la legitimidad de los oponentes políticos[10], clave para el desarrollo de una democracia. En palabras de Linz: “En una democracia, los rivales partidistas deben aceptar plenamente el derecho del otro a existir, competir y gobernar. Los demócratas y los republicanos pueden disentir profundamente pero deben verse como estadounidenses leales y aceptar que el otro bando algún día ganará las elecciones y dirigirá al país. Sin esa aceptación mutua, la democracia peligra.” Entonces, debemos atender tanto a las reglas de juego formales como a las informales si queremos mantener con vida nuestro sistema político.

 

¿Y ahora, qué?

Ahora que ya se conocen los resultados de la elección presidencial de este año, queda estar atentos/as: a las acciones emprendidas por Donald Trump, tanto mediáticas como judiciales, a las reacciones y acciones tanto al interior como al exterior del Partido Republicano como institución, a las acciones del presidente y la vice electos, a las del partido demócrata, también a su interior como las exteriores…

En fin, hay muchas cosas a analizar (quizá demasiadas), pero creo que es necesario hacerlo recordando que nuestro horizonte debería ser la defensa del sistema democrático, ya que es, al menos hasta hoy, el sistema más respetuoso de las voluntades e intereses ajenos, que implica aspirar hacia una igualdad y hacia una libertad de todos y cada uno, que difícilmente podrían alcanzarse bajo algún otro sistema político. Creo que lo imperfecto de la democracia es lo que la hace deseable: por definición es perfectible, ergo, aún queda mucho por hacer.

 

Bibliografía

[1] Y si son de este tipo además pueden ser abiertas, cerradas o semi- cerradas. Que sea una u otra depende de si el votante está afiliado a determinado partido o no.

[2] Fuente: https://www.eleconomista.es/especiales/elecciones-estados-unidos/sistema-electoral.php

[3] Es decir, hablamos de la Convención Nacional Demócrata si se trata del candidato demócrata y de la Convención Nacional Republicana si hablamos del candidato republicano

[4] Esto fue lo que pasó en las elecciones presidenciales del 2016, donde Hillary Clinton ganó a Donald Trump en el voto popular: 65.844.954 para Clinton frente a 62.979.879 para Trump, 2.8 millones de votos más. Pero finalmente perdió la presidencia debido a que fue el candidato republicano el que ganó los votos necesarios del Colegio Electoral.

[5] El número total de compromisarios es de 538, equivalente al número de diputados de la Cámara de Representantes (435) más el número de Senadores (100) más los 3 delegados de Washington DC. Gana el candidato que obtiene la mayoría absoluta de votos electorales. Fuente: https://www.eleconomista.es/especiales/elecciones-estados-unidos/sistema-electoral.php

[6] Entre las excepciones se encuentran los estados de Nebraska y Maine, que “distribuyen el voto electoral de forma proporcional entre cada candidato de acuerdo al porcentaje de votos populares obtenido” Fuente: https://www.eleconomista.es/especiales/elecciones-estados-unidos/sistema-electoral.php

[7] Fuente: https://www.eleconomista.es/especiales/elecciones-estados-unidos/sistema-electoral.php

[8] Fuente: https://www.eldiplo.org/notas-web/adam-przeworski-la-democracia-en-estados-unidos-ya-esta-rota/

[9] Fuente: https://www.nytimes.com/es/2016/12/20/espanol/opinion/donald-trump-constituye-una-amenaza-a-la-democracia.html

[10] Prácticas que ejemplifican esta acción son las indicadas en el mismo artículo por Linz: “En 2008, Sarah Palin, la candidata republicana a la vicepresidencia, vinculó a Barack Obama con el terrorismo. Este año, el Partido Republicano nominó a un birther como su candidato presidencial. La campaña de Trump se centró en el argumento de que Hillary Clinton era una criminal que debería estar en la cárcel; se coreó “¡Enciérrenla!”, en la Convención Nacional Republicana (…)”

 

Autora

María Carla Bisoglio: Estudiante avanzada de Ciencia Política y estudiante de Derecho por la Universidad Católica de Córdoba. Interesada en economía política, derechos humanos y políticas públicas.

 

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