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Reflexiones sobre la salud pública argentina para los extranjeros

Recientemente, el tema de la prestación gratuita de los servicios hospitalarios a extranjeros en Argentina tomó cierta presencia en los medios de comunicación nacionales, en especial desde el anuncio del gobierno de Jujuy sobre contemplar el cobro del servicio a las personas que no sean argentinas.

 

 

 

En este artículo quisiera presentar ciertas inconsistencias en los argumentos a favor de cobrar estos servicios de salud a los extranjeros y, a la vez, presentar un aspecto del tema que quizás no es tan discutido como debiera: su potencial como herramienta en las relaciones internacionales. Reconocer su utilidad tanto para fomentar las buenas relaciones y la cooperación internacional como para mejorar la salud pública no sólo nacional, sino también internacional.

No me detendré particularmente sobre el derecho universal humano a la salud y su traducción a la política de salud pública en el país, así como a la constitucionalidad o inconstitucionalidad de establecer una diferenciación al brindar un servicio elemental, y que muchas veces requiere de urgencia, como la atención médica entre nacionales y extranjeros. Considero que esa es una discusión legal, técnica, y prefiero dejarla a quienes se encuentren más preparados para tenerla. Mi propósito en este texto es llamar la atención sobre algunos de los argumentos esgrimidos a favor de arancelar la salud pública a los extranjeros.

 

El estado del sistema hospitalario argentino

Un primer argumento a favor de esta postura siempre suele relacionarse con el costo de mantener un sistema de salud pública que no cobre a quien lo utilice (se discute la misma cuestión con el sistema educativo). Como es lógico, este sistema debe ser mantenido y financiado de alguna manera, y esa manera en la mayoría de los casos es mediante los diversos impuestos que el Estado pone sobre las actividades de la población. En otras palabras, la población del país es quien paga el servicio.

Sin embargo, el sistema pareciera no poder sostenerse en cuanto a sus recursos materiales. No me detendré en los detalles, pero es de amplio conocimiento, tanto para los trabajadores de la salud como para los que deben atenderse en estos centros, que el estado de deterioro del sistema de salud pública está pavorosamente avanzado.

Ahora bien, y volviendo al argumento a favor del arancelamiento a extranjeros: teniendo en cuenta que hemos visto que el sistema es mantenido vía impuestos a la población nacional y aun así pareciera no haber recursos suficientes, es tentador saltar a la conclusión de que el sistema está siendo usado por más personas que las que están pagando por él.

Sin embargo, al realizar un pensamiento detenido, esta conclusión se nos presenta como apresurada. En primer lugar, y suponiendo que el punto de arancelar el servicio a los extranjeros sea únicamente porque es visto como medio para que el sistema pueda sostenerse, esta afirmación sólo puede mantenerse si se comprueba que el porcentaje de extranjeros que utilizan el servicio de salud es mayor al de los nacionales, o demasiado caro (por el tipo de asistencia que hayan requerido). En segundo lugar, implica una concepción del deterioro que padece el sistema de salud pública que podría no ser la correcta.

Sobre el primer punto, un artículo de Sofía Mola para Córdoba Global (Salud pública gratuita para nacionales ¿y extranjeros?) en abril nos presenta como dato “ilustrativo” una nota del diario El Tribuno de Jujuy. En dicha nota, el periódico presenta el caso del Hospital Jorge Uro, de La Quiaca. Al parecer, de los 20 mil pacientes del año 2017, 2000 eran de nacionalidad boliviana y de cada 7 partos semanales, 4 eran de madres bolivianas. Las bases de donde ha conseguido las estadísticas la  autora de la nota no son mencionadas, aunque nos asegura que son “confiables”.

 

 

Ahora bien, podemos notar que estos datos, si los aceptamos no sólo como verdaderos sino como representativos, nos indicarían que tan sólo un 10% de los pacientes fueron de origen extranjero. Pero debemos aclarar un detalle: en la nota se establece que la cifra de 20 mil corresponde a la cantidad de personas atendidas por consultorios externos del hospital. Por lo tanto, estamos hablando de consultas ambulatorias, que no ocupan una cama del hospital ni ocupan demasiados recursos del hospital, como equipos o quirófanos.

Si observamos, por otro lado, la cantidad de pacientes extranjeros internados, la cifra de extranjeros se reduce considerablemente. De acuerdo al anuario estadístico hospitalario de la provincia de Jujuy del año 2016 (el previo al artículo), establece que en toda la provincia en dicho año hubo un total de 47 mil egresos hospitalarios por internación (sólo 2721 de los cuales correspondían al Hospital Jorge Uro, protagonista de la nota), y de estos sólo 132 personas tenían residencia en otro país.

Pero más allá de la proporción de extranjeros usando el sistema de salud pública, lo cierto es que fijarse únicamente en este dato como definitivo obvia una cuestión importante: ¿cómo se deteriora, en primer lugar, el sistema? Esto parece una pregunta básica, de la que debería partir cualquier análisis sobre la situación de los hospitales públicos, y sin embargo nadie la plantea, por lo menos nadie en los debates que se dan en los medios de comunicación. En vez de eso, se da por sentado que el simple hecho de tener más extranjeros en la sala de espera de los consultorios externos genera problemas de humedad en el techo del hospital o un déficit de camas.

Si bien es cierto que a mayor uso, mayor desgaste, se trata de una simplificación que nos impide analizar seriamente la situación. ¿Cómo es posible que el deterioro del sistema de salud pública esté extendido en todas sus ramas, si el “sobreuso” ocasionado por los extranjeros se da en su mayoría en los consultorios externos?

Incluso si fuera verdad que una mayor exigencia en un área genere que se quiten recursos de las demás, sigue sin ser clara la posible relación que explicaría la decadencia de los hospitales. Sobre todo si se tiene en cuenta que pareciera que la mayoría de los extranjeros que buscan atenderse en el sistema se concentran en ramas como consultorios externos y urgencias; y que además sólo llegarían, en el más extremo de los casos, a un 10 por ciento. Tal vez deberíamos por lo menos considerar que los problemas deficitarios del sistema hospitalario argentino provengan de la falta de financiación de calidad proveniente de los gobiernos nacionales y provinciales desde hace varias décadas, si es que queremos tener un debate digno sobre el tema.

 

Sobre la gratuidad del sistema de salud pública

Cuando decimos que los servicios públicos son ‘gratis’, podemos estar ocultando, inconscientemente y por cuestiones discursivas, la verdadera naturaleza de la prestación, lo que, sin duda, nos lleva a argumentar erróneamente: las prestaciones son ‘no aranceladas’, es decir, no abona arancel quien las solicite, pero todos los nacionales las pagan por medio de su tributación (…)” (Mola, 2018). De esta manera, la autora del artículo Salud pública gratuita para nacionales ¿y extranjeros? presentaba un recurso discursivo que suele ser empleado para favorecer la postura de arancelar el servicio de salud pública a los extranjeros. Básicamente, es una manera de parafrasear el enunciado: “nada es gratis en esta vida”.

Ahora bien, he dicho que esto es un recurso discursivo, no un argumento, y el motivo es que el uso del término “gratuito” implica por sí sólo que hay una falta de lucro o, incluso, de todo tipo de cobro. El hecho de que, como nos recuerda Mola “(…) el presupuesto público no nace, crece y se reproduce por generación espontánea, sino que es el producto de la contribución de los ciudadanos y otras formas de financiamiento (…)” (2018) es bien sabido por todos. Por “gratuito”, nadie pretende que sea realmente cien por ciento gratis de la manera que interpretan quienes esgrimen este recurso, pues entonces resultaría que pedir por algo “gratis” sería igual a pedir que se cree mágicamente, por “generación espontánea”, y aparezca de la misma manera en sus manos.

Esta especie de “falso realismo” que nos dice que nada es gratis en la vida, es utilizado, entonces, para tachar de utópicos a quienes reclaman por el carácter público de cualquier servicio, sin la necesidad de analizar seriamente su posibilidad económica. La verdad es que la realidad humana es social. Realmente, no podemos definir con exactitud milimétrica qué necesidad o esfuerzo sea completamente individual, y por lo tanto definir a quién le corresponde recibir o pagar por algo, y mucho menos cuánto. Siguiendo la lógica de este falso realismo, ¿no deberíamos acaso cobrarles a los extranjeros por usar una ruta, detenerse frente a un semáforo o, incluso, usar el baño?

Pero la verdadera cuestión que deberíamos plantearnos al hablar de la gratuidad del sistema de salud pública, y de hecho de cualquier servicio, es si el enfoque que vamos a darle va a ser el que debemos darle como una sociedad, o por el contrario, como si viviéramos en un club privado.

 

La salud pública como herramienta de política exterior

Ya hemos visto ciertos problemas con algunos argumentos a favor del cobro a los extranjeros por el uso de los servicios de la salud pública argentina. Ahora, quisiera presentar una serie de motivos por los que mantener el servicio sin cobrarles a los extranjeros, los cuales consisten en comprender que estamos ante un fenómeno de política exterior de un Estado.

En primer lugar, debemos plantearnos si la decisión de comenzar a cobrar a los extranjeros es la correcta en un mundo globalizado, donde la cooperación y los procesos de integración son la marca distintiva. En este contexto, simplemente cerrarse a nuestros países vecinos en un aspecto clave para la sociedad civil y con gran potencial para la cooperación como es la salud, bajo el pretexto de la no reciprocidad, puede ser muy contraproducente y recuerda a las “medidas populistas” al estilo de Donald Trump o del Brexit, que parecen lograr poco para mejorar las verdaderas realidades de las sociedades de sus respectivos países.

Por otro lado, debemos recordar que las enfermedades, y sobre todo las epidemias, no reconocen nacionalidades ni fronteras políticas. En este sentido, permitir que los centros de salud cercanos a las fronteras atiendan a extranjeros sin necesidad de cobros o demás trámites, no sólo en caso de emergencias -que ante una epidemia ya sería demasiado tarde-, sino de manera diaria, sería una gran política preventiva para evitar este tipo de desastres, sobre todo en las áreas donde la población de nuestro país es más vulnerable.

 

 

Conclusión

Hemos visto que varios de los argumentos, que apelan vagamente a la economía, a favor de cobrar los servicios de atención hospitalaria en pos de “salvarla”, no se sostienen. Pero por otro lado, quizás deberíamos considerar esta situación como una oportunidad de política exterior, no sólo para mejorar la imagen del Argentina, sino también para que lidere la integración y la cooperación regional en este campo, al mismo tiempo que protege a su población.

 

Bibliografía

  • Beltrán, L. (25 de febrero de 2018). De 7 partos semanales, 4 son madres de Bolivia. El Tribuno. Obtenido a través de: https://www.eltribuno.com/jujuy/nota/2018-2-24-19-45-0-de-7-partos-semanales-4-son-madres-de-bolivia
  • Ministerio de Salud del Gobierno de Jujuy (2016). Anuario de estadísticas hospitalarias 2016. Recuperado de: http://salud.jujuy.gob.ar/wp-content/uploads/sites/14/2018/01/ANUARIO_EstHosp_2016.pdf
  • Mola, S. (2018). Salud pública gratuita para nacionales ¿y extranjeros? Córdoba Global. Recuperado de: https://cbaglobal.com.ar/salud-publica-gratuita-para-nacionales-y-extranjeros/

 

Autor

Agustín Fernández Righi: Finalizando la Licenciatura en Relaciones Internacionales en la Universidad Empresarial Siglo 21.

 

 

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