
Por Jorge Carlos Tomé
El 9 de mayo de 2025, la Fuerza Aerea India ejecutó un ataque con misiles de precisión sobre la base aérea Nur Khan, en Rawalpindi. El hecho, parte de la “Operación Sindoor”, marcó un quiebre en la geografía tácita del conflicto indo-pakistaní: por primera vez en años, un ataque cruzó el umbral simbólico de Islamabad y golpeó en las cercanías del comando militar central de Pakistán. Aunque no se registraron víctimas ni daños estructurales severos, el mensaje fue claro. En un entorno donde las señales son tan importantes como las acciones, el blanco elegido reaviva una inquietud de largo alcance: ¿estamos ante una advertencia encubierta de decapitación estratégica?

La lógica detrás de la decapitación en Rawalpindi.
Una estrategia de decapitación (decapitation strike) apunta a desorganizar al adversario eliminando o neutralizando sus sistemas de mando y control, particularmente en contextos donde el poder de represalia depende de la cadena de mando centralizada. Esta lógica ha sido discutida desde la Guerra Fría, pero adquiere un carácter especialmente inestable en escenarios como el Sur de Asia, donde los tiempos de decisión son cortos, la confianza estratégica es nula y las capacidades nucleares están firmemente ligadas a los altos mandos.
En teoría, un golpe quirúrgico que desmantele la conducción del enemigo podría desactivar una respuesta nuclear o evitar una escalada prolongada. En la práctica, se trata de una maniobra de altísimo riesgo: si el adversario detecta la amenaza, puede verse incentivado a usar sus armas antes de perderlas. La decapitación, entonces, no solo busca neutralizar, también puede precipitar una respuesta catastrófica.
Nur Khan: un blanco con peso simbólico.
La base aérea de Nur Khan se encuentra a minutos del Cuartel General del Ejército de Pakistán (GHQ) y próxima al Strategic Plans Division (SPD), la entidad responsable del comando, control y custodia del arsenal nuclear. Es una instalación sensible, no por su capacidad ofensiva, sino por su conexión con la movilidad, logística y resguardo de las autoridades militares de más alto nivel.
No hay evidencia de que el ataque haya alcanzado estructuras vinculadas directamente al mando nuclear; sin embargo, su localización no puede interpretarse como un accidente. En el juego de las señales estratégicas, la elección del blanco comunica tanto como el daño ocasionado. Golpear en Rawalpindi no es lo mismo que golpear en Balakot.
Una señal, no un acto aislado.
Desde 2019, la doctrina india ha mostrado una tendencia clara hacia la disuasión activa. Ya no se trata de solo evitar ataques, sino de imponer costos. India ha demostrado voluntad de actuar con rapidez y precisión ante amenazas terroristas o agresiones indirectas, aun si eso implica tensar los límites del status quo nuclear.
El ataque a Nur Khan podría interpretarse como una continuidad lógica de esta postura: demostrar capacidad de penetración profunda, exponer la vulnerabilidad del adversario y, en el proceso, introducir una nueva variable en el cálculo de represalias. No es que India haya intentado eliminar al alto mando pakistaní, pero sí dejó en claro que, si lo decidiera, podría hacerlo.
Esa posibilidad -la mera factibilidad- es en sí misma una transformación del entorno estratégico. Una cosa es contar con capacidad de segundo golpe como garantía disuasiva; otra muy distinta es saberse vulnerable a un primer golpe selectivo que neutralice el centro de decisiones.

La percepción como detonante.
Tras el ataque, informes no confirmados señalaron preocupación en D.C. ante la posibilidad de que Pakistán lo interpretara como una amenaza directa al comando nuclear. Esta preocupación no es menor ni carece fundamento. En escenarios nucleares, la percepción puede ser más peligrosa que la intención; si un actor interpreta que su disuasión está siendo erosionada, puede responder de forma preventiva o endurecer su doctrina.
Pakistán, por su parte, mantiene una política de opacidad doctrinaria, pero sus señales son consistentes: ante una amenaza existencial, se reserva a utilizar las armas nucleares primero. Si el mando percibe que su núcleo decisorio es vulnerable, las lógicas de dispersión, predelegación o uso anticipado cobran fuerza. Ninguna de esas salidas favorece la estabilidad regional.

¿Un giro doctrinario o una advertencia puntual?
Cabe preguntarse si el ataque a Nur Khan refleja un cambio estructural en la doctrina india o si fue un acto calculado para disuadir sin escalar. Ambas interpretaciones son posibles. Lo cierto es que India ha avanzado en tecnologías que viabilizan este tipo de operaciones: misiles de precisión, plataformas de inteligencia y sistemas autónomos de comando. La doctrina podría estar adaptándose a una lógica de “First Strike limitado”, sin declararlo abiertamente.
En ese marco, la disuasión deja de sostenerse únicamente en la certeza de represalias masivas. Pasa a depender también de la credibilidad de la invulnerabilidad del mando. Esa es la novedad inquietante que deja Rawalpindi: aunque no hubo decapitación, sí hubo demostración de que es técnicamente posible.
Conclusión.
El ataque a la base aérea de Nur Khan no alteró el balance militar en términos convencionales, pero sí trastocó la arquitectura simbólica de la estabilidad estratégica en el Sur de Asia. Golpear en Rawalpindi es tocar el corazón del sistema de seguridad pakistaní. Incluso si fue un acto puntual, sus implicancias son duraderas.
La pregunta ya no es si India puede alcanzar los nodos de decisión pakistaníes, sino cómo responde Pakistán a la conciencia de esa vulnerabilidad. Mientras tanto, el escenario se vuelve más sensible, más reactivo y dependiente de interpretaciones cruzadas. La disuasión, en este nuevo terreno, se sostiene menos por los arsenales y más por la prudencia. Esa es, quizás, la variable más frágil del juego.