Sudán: una guerra olvidada

Por Rocio Saura

La guerra en Sudán es una de las crisis más devastadoras y, sin embargo, sigue siendo sistemáticamente silenciada por la comunidad internacional. Las fronteras han dejado de ser meras demarcaciones geográficas para convertirse en barreras de exclusión que condenan a millones a la desesperación. Huyen de guerras, persecuciones y miserias que las políticas globales han ignorado durante décadas. Las crisis migratorias son gritos de supervivencia, son el reflejo de un sistema internacional que, en lugar de ofrecer soluciones, ha construido más obstáculos. Como bien señala Zygmunt Bauman: “Los refugiados son el síntoma de nuestras fallas globales.”

La verdadera pregunta no es solo por qué migran, sino qué estamos dispuestos a hacer para que nadie tenga que huir para poder vivir.

Breve contexto del conflicto de Sudán

Sudán, el tercer país más extenso del continente africano, ha sido históricamente escenario de múltiples conflictos armados e inestabilidad política. La casi totalidad de su población profesa el islam sunnita, y su historia moderna comenzó con la independencia del Reino Unido y Egipto en 1956, tras décadas de administración bajo un sistema de condominio colonial.

Desde entonces, el país ha atravesado guerras civiles prolongadas, golpes de Estado recurrentes y tensiones profundamente enraizadas en factores étnicos, económicos y regionales. Uno de los eventos más significativos fue la secesión de Sudán del Sur en 2011, que marcó no solo una reconfiguración territorial, sino también la pérdida de importantes recursos petroleros. A esto se suma el devastador conflicto en Darfur, iniciado en 2003 y extendido hasta 2020, donde se denunciaron crímenes de guerra, limpiezas étnicas y desplazamientos masivos.

Sudán

Aunque ha sido sistemáticamente ignorado por la agenda mediática internacional, el caso de Sudán representa una de las crisis humanitarias más devastadoras del siglo XXI. Millones de personas han perdido la vida, no solo por la violencia directa del conflicto, sino también por hambrunas provocadas y el colapso deliberado de servicios básicos como parte de estrategias bélicas. Millones más han sido desplazados, forzados a abandonar sus hogares y tierras, dentro y fuera del país, creando una de las mayores crisis humanitarias.

¿Qué sucede cuando el Estado deja de ser garante de protección y se convierte en campo de batalla?

El enfrentamiento entre las Fuerzas Armadas de Sudán (SAF) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) —dos estructuras militares estatales que, en lugar de cumplir funciones de defensa nacional, comenzaron a disputarse el poder político y militar del país mediante el uso de la fuerza— refleja dinámicas profundamente arraigadas en la historia del país. Como señala Alex de Waal, “la guerra civil en Sudán no es una lucha por ideología o identidad, sino un modelo de negocios político” (de Waal, 2015).

El conflicto se inició en la ciudad de Jartum durante la madrugada del 15 de abril de 2023, y rápidamente se extendió a otras regiones, incluyendo Darfur, Kordofán del Norte y el estado de Gezira. Esta confrontación no solo marcó una nueva fase de inestabilidad política y militar en el país, sino que también reactivó profundas fracturas históricas vinculadas a crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad y episodios de violencia étnica, que han caracterizado las dinámicas del conflicto sudanés en las últimas décadas.

Sudán

En contextos como el sudanés, la competencia entre actores armados trasciende la mera disputa por el control político o los recursos estratégicos. Estos actores movilizan discursos identitarios polarizantes, que fragmentan a la sociedad en categorías antagónicas del tipo “nosotros” versus “ellos”. La construcción del “otro” como una amenaza existencial no sólo legitima el uso de la violencia, sino que contribuye a su reproducción y escalamiento. En este escenario, las Fuerzas de Apoyo Rápido  arrastran un historial vinculado a violaciones masivas de derechos humanos en la región de Darfur, lo cual ha consolidado una representación social asociada a la violencia ejercida por ciertos grupos étnico-tribales, en particular de origen árabe.

Por su parte, las Fuerzas Armadas de Sudán encarnan al aparato estatal tradicional, cuyo legado también está asociado a prácticas represivas sistemáticas. Ambos actores han fomentado narrativas que no conciben al adversario como un contendiente político legítimo, sino como un enemigo que representa una amenaza insalvable para la supervivencia del propio grupo.

¿Cuál es el papel que tiene Estados Unidos y China en el conflicto del Sudán?

En la geopolítica contemporánea, las grandes potencias  desempeñan roles cruciales en el continente africano, donde sus intereses económicos y estratégicos se entrelazan con las dinámicas de los conflictos locales, como el de Sudán. Estos dos actores, aunque aparentemente con enfoques distintos, comparten una serie de intereses comunes en África, que van desde la explotación de recursos naturales hasta el acceso a mercados estratégicos. Por un lado, China ha establecido una presencia creciente en África en las últimas dos décadas, en gran parte debido a sus necesidades de recursos naturales y a su vez ha sido un proveedor clave de armamento.

Sudán

Por otro lado, Estados Unidos tiene una postura históricamente más compleja hacia África. Aunque el país ha mostrado preocupación por las violaciones de derechos humanos en Sudán y otras naciones africanas, su intervención ha estado, en muchos casos, marcada por intereses geopolíticos. El mismo no solo se centra en los recursos naturales, sino también en su competencia con China por la influencia en el continente.

La competencia entre las potencias por la influencia en África no solo está determinada por intereses económicos y estratégicos, sino también por sus enfoques contrastantes sobre cómo gestionar los conflictos internos de los países africanos. Estas potencias siguen una diplomacia polarizada que afecta directamente la posibilidad de encontrar una solución integral al conflicto.

¿Qué revela el desplazamiento forzado de millones de sudaneses sobre las fallas del orden global actual?

La migración, entendida como el movimiento de personas de un lugar a otro por causas económicas, sociales o políticas, es un tema importante para la agenda internacional. Los tránsitos migratorios son irregulares, multidimensionales, e inestables. En los mismos las personas terminan excediendo nociones básicas de su origen y su destino. Este fenómeno ha cambiado la forma en que los países interactúan entre sí y ha tenido impactos en el capital humano, en la seguridad y el desarrollo global.

El desplazamiento forzado ha alcanzado niveles sin precedentes en los últimos años, configurando una de las crisis humanitarias más significativas de la actualidad. Las causas estructurales que impulsan las migraciones se entrelazan y se retroalimentan de manera compleja. Conflictos armados prolongados, nuevas tensiones geopolíticas exacerbadas por la competencia por recursos estratégicos, fenómenos climáticos extremos derivados del cambio climático, y crisis económicas agudizadas por regímenes de deuda insostenibles conforman un escenario de vulnerabilidad estructural para millones de personas en todo el mundo.

Sudán

La persistencia del conflicto armado en Sudán y en un contexto marcado por la inacción y apatía de la comunidad internacional, más de 12,5 millones de personas se han visto forzadas a abandonar sus hogares, de las cuales aproximadamente 8,8 millones permanecen como desplazadas internas dentro del territorio sudanés. Esta situación ha generado además consecuencias regionales significativas, con un flujo sostenido de personas refugiadas hacia países limítrofes como Chad, Sudán del Sur, Egipto, Libia, Uganda, Etiopía y la República Centroafricana, que se han convertido en los principales receptores de población desplazada y enfrentan una creciente presión sobre sus capacidades humanitarias y de gestión fronteriza.

Crisis migratoria asociada al conflicto en Sudán y su impacto regional pone de relieve el rol crucial —y muchas veces insuficiente— de las instituciones internacionales, la cooperación interestatal y la defensa de los derechos humanos. La falta de voluntad política, la débil coordinación entre países receptores y la escasa inversión en mecanismos de gobernanza migratoria han limitado la capacidad de respuesta ante una crisis de esta magnitud.

Sudán

Además, el desplazamiento masivo expone una profunda brecha entre los principios del derecho internacional humanitario y su implementación real. Huir no es delito, pero el sistema insiste en criminalizarlo: muchas veces, las personas migrantes enfrentan detención, deportación o condiciones indignas simplemente por ejercer su derecho a buscar protección, revelando que sin instituciones robustas y marcos de cooperación efectiva, los derechos fundamentales de millones quedan desprotegidos.

Conclusiones sobre el conflicto de Sudan

La guerra en Sudán, que hoy cumple dos años, es un recordatorio sombrío de la crisis humanitaria olvidada que sigue devastando vidas y comunidades. Mientras millones de personas enfrentan el horror de desplazamientos forzados, violencia sistemática y la destrucción total de sus medios de vida, el mundo sigue mirando hacia otro lado. Esta tragedia no solo refleja una violación flagrante de derechos humanos, sino también una indiferencia internacional que expone la profunda desigualdad en la valoración de vidas humanas. El sufrimiento de los sudaneses, en particular de aquellos que huyen del conflicto, ha sido ignorado por la cobertura mediática y las prioridades diplomáticas globales, como si existiera una jerarquía de tragedias, donde algunas se consideran más urgentes que otras.

En lugar de ofrecer soluciones, el mundo se ha limitado a observar desde las gradas, con un sistema internacional que parece decidir arbitrariamente qué sufrimiento debe ser visto y cuál puede permanecer en la oscuridad. Sin embargo, no podemos seguir permitiendo que esta indiferencia se perpetúe. Cada migrante, cada refugiado, cada desplazado forzado tiene una historia que merece ser escuchada, no criminalizada; una vida que necesita protección, no olvido. El silencio global frente a Sudán no puede continuar.

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