
Por Paula Villaluenga
Este articula anuncia la defensa de la Política Exterior Argentina. Es una creencia popular que la política exterior ocurra tan lejos de nuestra cotidianeidad que no nos afecta en absoluto. Pero, en realidad, define las relaciones con otros países, posiciona a nuestro país en el mundo e impacta directamente en nuestra economía, trabajo, derechos e imagen internacional.
Este artículo sostiene que Argentina necesita una política exterior institucionalizada, profesionalizada, autónoma y pragmática. Para entender su importancia, se analizará su evolución reciente y los riesgos que enfrenta en la actualidad.
De la diplomacia profesional a la desarticulación (2003–2023)
Durante las primeras dos décadas del siglo XXI, la política exterior argentina transitó etapas de mayor institucionalización y protagonismo. De 2003 a mediados de la década de 2010, se consolidó un enfoque multilateralista, con énfasis en la integración regional (UNASUR, CELAC) y la defensa de la soberanía económica y política. Argentina fue protagonista regional e internacionalmente, combinando principios con pragmatismo.
La profesionalización del servicio exterior, la ampliación de relaciones Sur-Sur, la participación en misiones de paz, la promoción de derechos humanos y la defensa de recursos estratégicos fueron pilares. La Cancillería mantuvo un rol protagónico, con planificación técnica y continuidad institucional.

Sin embargo, los últimos años evidenciaron un giro hacia la desarticulación: cambios de orientación repentinos, reducción de la estructura diplomática, debilitamiento del cuerpo profesional y una creciente concentración de decisiones marcaron una tendencia preocupante.
Una institucionalidad en retroceso para la Política Exterior Argentina
La historia diplomática argentina ha sido rica en principios, profesionalismo técnico y participación activa en organismos multilaterales. ¿Por qué? Porque la política exterior es una dimensión esencial del Estado y una herramienta estratégica para el desarrollo nacional y la defensa de los intereses soberanos.
Pero hoy asistimos a un proceso de debilitamiento institucional y pérdida de centralidad estratégica que surge de una concepción que tiende al desarme del aparato diplomático y la concentración de decisiones en una lógica hiperpresidencialista.
Las restricciones presupuestarias al Ministerio de Relaciones Exteriores, la paralización de nombramientos clave y la limitación de recursos operativos han deteriorado la capacidad estatal. Embajadas y consulados con funcionamiento mínimo, recortes en programas de cooperación y menor visibilidad en foros estratégicos son algunas de las consecuencias visibles.
La situación se agrava con la desjerarquización del cuerpo diplomático. El servicio exterior argentino, reconocido por su formación, ha sido desplazado. Designaciones de embajadores guiadas por afinidades ideológicas en lugar de criterios técnicos, debilitan la representación nacional.
Política exterior sin brújula
La política exterior actual parece responder a impulsos individuales más que a una planificación institucional. Declaraciones unilaterales, comunicados en redes sociales, alineamientos automáticos sin debate, retroceso de espacios de articulación regional y un discurso polarizante reemplazan la tradición diplomática basada en profesionalismo, multilateralismo y negociación.
Ignorar espacios regionales implica perder espacios donde el país puede incidir, construir consensos y defender intereses comunes. Las implicancias económicas de esa desconexión también son importantes: una diplomacia débil reduce la capacidad de abrir mercados, gestionar conflictos comerciales o atraer inversiones.
El mundo actual, con sus tensiones geopolíticas, guerras y reconfiguración de alianzas, exige una política exterior coherente para no quedar marginado. Apostar a relaciones bilaterales basadas en simpatías ideológicas sin estrategia de largo plazo debilita la capacidad negociadora del país y lo expone a decisiones externas sin capacidad de respuesta.
El hiperpresidencialismo como amenaza a la autonomía
El presidencialismo argentino no es nuevo, pero hoy se profundiza hacia formas hiperpersonalistas. El Presidente monopoliza la dirección de la política exterior, ejerciéndola de forma directa, sin mediaciones ni planificación institucional.
La diplomacia se ejerce por redes sociales, declaraciones públicas provocadoras o gestos aislados que, a menudo, contradicen el derecho internacional, los compromisos multilaterales o los intereses económicos. Esta forma de conducción reemplaza los canales institucionales, como la Cancillería, los cuerpos técnicos y el Congreso.

Además, excluye sistemáticamente al federalismo. Provincias, sectores productivos, universidades y organizaciones sociales/empresariales quedan al margen de una agenda exterior que debería ser plural y participativa, limitando la representación de la complejidad del país.
Riesgos actuales: marginalidad y pérdida de autonomía estratégica
El escenario actual presenta riesgos concretos para la política exterior argentina. El primero es la marginalidad internacional: sin participación activa en foros multilaterales, sin integración regional y sin vínculos sólidos, Argentina pierde capacidad de incidencia y defensa de sus intereses. La voz del país se debilita cuando el mundo redefine reglas y alianzas.
El segundo gran riesgo es la pérdida de autonomía estratégica. La dependencia de apoyos ideológicos o vínculos bilaterales sin contrapesos institucionales limita la acción soberana. Decisiones externas —sanciones comerciales, cambios normativos, reconfiguraciones tecnológicas— pueden afectar severamente al país si no cuenta con una diplomacia activa y previsora.
Además, la fragmentación institucional debilita las capacidades del Estado. Sin coordinación interministerial, sin planificación a largo plazo y sin articulación con sectores productivos, científicos y sociales, la política exterior se vuelve errática e ineficiente. La pérdida de profesionales formados, la reducción de delegaciones y la falta de recursos comprometen la capacidad de respuesta ante crisis o negociaciones relevantes.
- No es un problema exclusivo de Argentina: En Estados Unidos (bajo Trump), recortes presupuestarios llevaron a la pérdida de miles de diplomáticos, debilitando su primera línea de defensa. En México (con López Obrador), la austeridad resultó en un debilitamiento institucional y pérdida de personal profesional, reduciendo su influencia internacional. Estos ejemplos advierten sobre los riesgos de perder talento y credibilidad.
Diplomacia como política pública: urgente recuperación
Defender la política exterior no es nostalgia, sino reconocer que la presencia internacional exige planificación, profesionalismo y continuidad. La diplomacia permite abrir mercados, negociar inversiones, proteger ciudadanos, posicionar la cultura, fortalecer alianzas y participar en decisiones globales.
Sin estructuras institucionales fuertes, sin servicio exterior activo, sin articulación con otros países y organismos, sin representación en foros clave, la inserción internacional se vuelve frágil y dependiente. La diplomacia no es enemiga del mercado, sino su principal aliada. No hay acuerdos comerciales, inversiones ni cooperación tecnológica sin una política exterior sólida que los haga viables.
Frente al vaciamiento, aislamiento e improvisación, urge revalorizar la Cancillería, dotarla de recursos, fortalecer la carrera diplomática y diseñar una política exterior como política de Estado.
Sin política exterior no hay proyecto de país
En tiempos de fragmentación, incertidumbre y discursos simplificadores, es indispensable sostener una mirada estratégica sobre el lugar de Argentina en el mundo. Defender la política exterior es defender una herramienta fundamental de soberanía. Significa apostar a una inserción internacional inteligente, plural, profesional y coherente con los intereses nacionales de largo plazo.
No hay política exterior posible sin institucionalidad, profesionalismo y visión estratégica. Pero, sobre todo, no hay política exterior sostenible si se la concibe como un apéndice ideológico o un campo de improvisación. La política exterior argentina merece más. Merece respeto, inversión, planificación y continuidad. Urge recuperarla como política de Estado.