Voces silenciadas: la mujer en conflictos bélicos

Por Rocio Saura

¿Por qué la mujer ha sido históricamente invisibilizadas en las narrativas de guerra? Ha luchado, ha resistido, ha liderado movimientos, y aún así, su contribución sigue siendo minimizada o ignorada. ¿Cómo es posible que el mundo de la seguridad internacional, que se construye sobre los cimientos de la guerra, haya decidido dejar fuera de la historia a la mitad de la población? El análisis del género es una necesidad urgente para comprender la complejidad de los conflictos contemporáneos. Ignorar el papel de las mujeres en las guerras no solo es injusto, sino que limita nuestra comprensión de la dinámica del poder, la violencia y la resolución de conflictos. Es hora de cuestionar las estructuras.

El segundo sexo

Simone de Beauvoir, en su obra “El segundo sexo” , reflexiona sobre la construcción social del rol de la mujer en la sociedad. Su famosa afirmación, “No se nace mujer, se llega a serlo”, revela cómo la feminidad no es una categoría biológica o psíquica predeterminada, sino una construcción social que responde a las normas y expectativas impuestas por la civilización. Esta construcción social, en la que la mujer es definida como “el otro” frente al hombre, se despliega de manera particularmente clara en el contexto de la guerra, donde las mujeres han sido históricamente invisibilizadas y relegadas. Sin embargo, esta exclusión no significa que las mujeres no participen activamente en los conflictos.

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De hecho, en muchos contextos bélicos, las mujeres han desempeñado roles cruciales como combatientes, líderes de resistencia o agentes de paz. A pesar de esto, su participación ha sido invisibilizada, y su agencia se ha minimizado en la historia oficial de la guerra. Este fenómeno puede ser entendido a partir de la teoría de Beauvoir: las mujeres han sido construidas como el “otro” en los conflictos, y cualquier acción que se desvíe de este rol pasivo y victimizado desafía las construcciones normativas sobre el género.

La participación de la mujer en contextos bélicos

La participación de las mujeres en contextos bélicos no es un fenómeno reciente, aunque históricamente hayan sido invisibilizadas. En el siglo IV a.C., existen registros de su presencia en conflictos armados en las ciudades de Atenas y Esparta, e incluso en las campañas de Alejandro Magno. En los siglos posteriores, especialmente entre 1560 y 1650, las mujeres comenzaron a desempeñar un papel clave en el ámbito sanitario, sirviendo en hospitales militares organizados para asistir a los combatientes.

Este rol se consolidó con el tiempo y experimentó un notable avance durante el siglo XX, en la Primera Guerra Mundial. Se produjo un aumento significativo de su participación en diversas funciones de apoyo, incluyendo servicios médicos, logísticos y administrativos. En ese mismo contexto, las mujeres fueron oficialmente admitidas en las Reales Fuerzas Aéreas, marcando un hito en su integración dentro de las instituciones militares.

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En el contexto de la Segunda Guerra Mundial, el ejército soviético incorporó a cerca de un millón de mujeres, quienes asumieron funciones en prácticamente todas las especialidades militares, incluidas aquellas tradicionalmente reservadas a los hombres. Su participación fue tan significativa que incluso generó desafíos lingüísticos: hasta entonces, términos como “infante” o “tirador” no tenían equivalentes femeninos, simplemente porque nunca antes las mujeres habían ocupado esos roles. Fue en el campo de batalla donde nacieron, como testimonio del lugar que ellas comenzaron a ocupar en la guerra.

¿Se convierten el cuerpo de la mujer en un campo de batalla simbólico dentro del conflicto?

Las mujeres no solo resultan afectadas por los conflictos armados de manera indirecta, sino que en muchos casos se convierten en objetivos específicos dentro de las estrategias de guerra, siendo blanco directo de políticas y acciones violentas diseñadas con intencionalidad de género. La violencia dirigida contra las mujeres en contextos de conflicto armado no es un hecho aislado, sino una estrategia deliberada con efectos tanto inmediatos como duraderos.

Su eliminación no solo reduce la población activa y futura del grupo enemigo, sino que interrumpe los lazos de transmisión cultural, social y comunitaria. En muchos escenarios, las mujeres siguen siendo consideradas botín de guerra, una percepción arraigada en estructuras patriarcales. En ese marco, agredirlas —ya sea mediante la violación, la esclavitud o el asesinato— no se interpreta únicamente como un daño a ellas, sino como una forma de humillar al hombre enemigo, de vengarse del adversario o de infundir terror colectivo. Se trata, en última instancia, de una manifestación brutal del control sobre los cuerpos como extensión del poder militar y simbólico.

La mujer es parte de la historia

La exclusión de las mujeres de los relatos oficiales de guerra no responde a una falta de participación, sino a una omisión deliberada sostenida por estructuras históricas y culturales profundamente patriarcales. Aunque estuvieron presentes, activas y comprometidas en los frentes de combate y en múltiples roles estratégicos, su contribución fue ignorada durante décadas.

Como relata una veterana en “La guerra no tiene rostro de mujer“, de Svetlana Alexiévich: “Transcurrieron unos treinta años hasta que empezaron a rendirnos honores… A invitarnos a dar ponencias… Al principio nos escondíamos, ni siquiera enseñábamos nuestras condecoraciones. Los hombres se las ponían, las mujeres no. Los hombres eran los vencedores, los héroes; los novios habían hecho la guerra, pero a nosotras nos miraban con otros ojos. De un modo muy diferente… Nos arrebataron la Victoria, ¿sabes?“.

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Esta reflexión evidencia que el silencio sobre las mujeres en la guerra no solo fue institucional, sino
también interiorizado. Recuperar sus voces no es un acto de reparación simbólica, sino una necesidad
histórica para comprender la guerra en toda su dimensión, reconociendo a quienes fueron parte activa
de ella, aunque la memoria colectiva haya intentado relegarlas al olvido.

17 de abril de 2025
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